Friedrich H. Jacobi y la idea de idolatría en Carta a Fitche: una lectura desde Simone Weil
Friedrich H. Jacobi and the idea of idolatry in Letter to Fitche: a reading from Simone Weil
Luis AlonsoEl contexto histórico y filosófico más amplio en el que se inserta la Carta a Fitche (Briefan Fichte), es el de la discusión y critica a ciertos supuestos excesos del racionalismo ilustrado, ya iniciada anteriormente por J.G. Hamann en relación al idealismo kantiano. Jacobi se vio involucrado en una famosa discusión, llamada “polémica sobre el spinozismo” o “polémica del panteísmo” a partir un intercambio epistolar con Moses Mendelssohn, en la que denunciaba una tendencia hacia el nihilismo en el racionalismo. En el caso particular de la Carta, la misma nace como respuesta a una apelación de Fitche contra la denuncia de “ateísmo” que las autoridades de Sajonia habían emitido sobre su persona. Fitche esperaba el apoyo de Jacobi, pero éste se presentará como su defensor de una manera extraña: critica duramente la doctrina de su amigo, aduciendo que la misma conduce hacia el nihilismo y es un ejemplo de los extremos perniciosos del racionalismo y el abstraccionismo de la ilustración. Pero, a su vez, argumenta que esto se debe al error y no a una mala intención de fondo. Las consecuencias de una filosofía basada exclusivamente en la razón especulativa conducirían al nihilismo, pero pasando antes por el error de la idolatría. El camino hacia la nada, comienza cuando se comete la torpeza de sustituir la realidad objetiva e independiente de Dios o del Bien, por conceptos producidos por la facultad imaginativa del ser humano.
En el caso de Simone Weil, su idea de idolatría se irá desarrollando como parte de su crítica a los regímenes totalitarios que habían comenzado a gestarse a partir de la finalización de la primera guerra mundial, principalmente el comunismo soviético y el nacionalsocialismo alemán. Y, también, a partir su profundo cuestionamiento de la teoría marxista como doctrina socio-política que realizaría una promesa de redención de carácter sobrenatural. Por lo tanto, esta idea puede entenderse, en parte, como una incipiente critica a la teología política, es decir, al encubrimiento y fundamentación de relaciones mundanas de poder a partir de la utilizaciónsecularizada de ideas provenientes de la experiencia religiosa. Pero, en realidad, es mucho más abarcadora, ya que implica un replanteo del sentido del conocimiento, del trabajo y de la técnica, es decir, se extiende hacia todas las áreas del ámbito social y cultural. De una manera similar a Jacobi, en la noción de idolatría, Weil denuncia la sustitución de un Bien trascendente o sobrenatural, por simples “bienes” mundanos relativos. Es decir, centra la mirada enlos ídolos que se erigirían a partir de la identificación del Bien con un pueblo, una supuesta raza, un partido, una doctrina social o un sistema técnico-productivo. Lo que Weil desea poner en evidencia, es el encubrimiento de la fuerza como promesa de Bien, felicidad y progreso.
Tanto Jacobi como Weil, observarán con cierto espanto el olvido de un Bien independiente y trascendente y la creciente ilusión que significaríael reemplazo del mismo con la deificación del ser humano y los productos de su facultad imaginativa. De esta manera, en el lugar del fin verdadero, se colocan los simples medios quedebían servir para aproximarse al mismo.
Para ir adentrándonos, poco a poco, dentro de la idea de idolatría que Jacobi desarrolla en su Carta a Fitche, es interesante rescatar la distinción que este autor realiza entre el “pecado en palabras” o “en conceptos” del pensador y el pecado propiamente dicho (Jacobi, 1995, p. 257).
El pecado en conceptos o palabras, que adjudica tanto a Johann G. Fichte como a Baruch Spinoza, es un pecado producido por un error en el pensamiento pero que no se corresponde con una falta en el alma o el corazón. Una persona puede desarrollar una filosofía o una doctrina que niegue a Dios conceptualmente, es decir, en el ámbito del pensamiento, pero eso no implica que haya una negación del ser de Dios desde el corazón.
Según Jacobi, tanto Fitche como Spinoza, si bien erraron en las palabras, han sabido elevarse con el espíritu-con el corazón- por encima de la naturaleza y sobre sí mismos como parte de esta, llegando a ver el rostro de Dios. Este elevarse sobre la naturaleza hacia la libertad, hacia lo indeterminado, nunca puede hacerse solo desde la razón, porque la razón es meramente temporal y por lo tanto se rige por la lógica de las determinaciones (Jacobi, 1995, p. 258). Entonces, uno puede hallarse equivocado o mal direccionado en el pensamiento pero esto no implica que no pueda estar bien predispuesto en el espíritu o el amor.
Como bien menciona María Jimena Solé (2010: 4), Jacobi no defiende a Fitche de la acusación de ateísmo, más bien aclara que, su pensamiento, al suponer la máxima radicalización del proyecto racionalista, conduce inevitablemente al ateísmo, al nihilismo y al fatalismo. Pero sí menciona que el ateísmo de su doctrina se debe a un error o autoengaño y no a que él mismo, en su corazón, sea netamente ateo. Aquí se presenta una cuestión compleja, las figuras de Spinoza y de Fitche se consideran religiosas, es decir, no ateas, ya que su error en el pensamiento no excluye una moralidad de fondo y una intención de honra a Dios. Nuestro autornos da un atisbo sobre su idea de religión precisamente refiriéndose a la doctrina de Spinoza: “(…) su filosofía se presenta enteramente como religión, como doctrina del más alto ser y de las relaciones del hombre con éste (…)” (Jacobi, 1995, p. 257). Jacobi menciona al propio Fitche como impulsor original de la idea de una posible convivencia entre la superstición y la moralidad. De alguna forma, inculpa a su interlocutor de haberse convertido en un ejemplo de su propia afirmación, habiendo caído en la superstición a pesar de no haber cometido una falta en el fuero interno o en la moralidad. De esta manera, para Jacobi, se puede ser una persona religiosa y moralmente integra pero caer en la superstición, en el error o en el engaño.
Más adelante, podremos apreciar como esta aparente paradoja, que Jacobi presenta en relación a las figuras de Spinoza y Fitche y que de alguna forma rompe con la simplificación entre no pecadores y pecadores, puros e impuros, buenos y malos, se relaciona de manera estrecha con la crítica a la idolatría en S. Weil.
Sobre el final de este trabajo veremos quela idolatría, en Jacobi, consiste principalmente en el acto de colocar un concepto o una abstracción humana en lugar de Dios o el Bien verdadero. Pero para comprender mejor esto, debemos tener en cuenta antes otras ideas desarrolladas por nuestro autor.
A. Conocer/saber
Conocer o saber consiste, para Jacobi, en captar mediante conceptos y esto implica un proceso de producción o de construcción que posibilita la comprensión.Conceptualizar un objeto o un ser, como acto de creación enteramente subjetivo, implica suprimirlo o anularlo en el plano del pensamiento, es decir, negarlo en cuento existente por sí mismo. El saber implica una acción de disolver todo ser, aniquilándolo mediante conceptos (Jacobi, 1995, p. 246).
B. Imaginación
La imaginación es la capacidad humana de crear imágenes o, en sus propias palabras, ficciones, vacías formas imaginativas, que no son otra cosa que los conceptos producidos por el pensamiento. Esto lleva al ser humano a creer que puede inventar o imaginar al mismo Dios: “Entonces Dios sería sólo un pensamiento de lo finito, una imaginación, y con ello no el más alto ser, único ser subsistente en sí, libre autor de todos los demás seres, el principio y final” (Jacobi, 1995, p. 260).
C. Imagen de Dios
Frente a esta imagen producto de la creación humana, Jacobi contrapone la idea del ser humano como imagen de Dios. El ser humano, para nuestro autor, ha sido hecho por Dios a su imagen. La posibilidad de buscar a Dios se relaciona con la realidad de tenerlo previamente en el corazón. Como imágenes de Dios, tendríamos a Dios desde un comienzo dentro de nosotros y nosotros estaríamos en Dios.En esto consiste la revelación, que se contrapone al conocimiento conceptual humano, que crea imágenes a partir del pensamiento. En base a esa revelación de Dios en el corazón, se ha ido descubriendo el bien, constituyendo la religión, la virtud y la moralidad a través de los tiempos (Jacobi, 1995, p. 259). La bondad, la justicia y la sabiduría no serían conceptos del pensamiento, imágenes, sino fuerzas, que al ponerse en acción permitirían ir encontrando y reconociendo a Dios dentro de uno mismo. Este encontrar a Dios implica encontrar lo bueno, el bien propiamente dicho.
En su Carta a Fitche, Jacobi construye una argumentación en la que señala constantemente una separación entre medio y fin y en la que critica a la filosofía, como disciplina del conocimiento y sistematización de la razón, el confundir perpetuamente el primero con el segundo. Esta distinción entre medio y fin es fundamental para comprender la idea idolatría. Veremos que la misma, al igual que la sentencia sobre la permanencia en los medios, será utilizada también por Simone Weil al desarrollar su propia concepción sobre la idolatría.
A. Lo verdadero
A lo largo de su carta, Jacobi habla constantemente de lo verdadero y lo relaciona con el conocimiento de Dios como el fin al que se debe aspirar, pero que no puede ser alcanzado por el saber cómo producto propio de la razón. Dice: “Entiendo por lo verdadero algo que está antes y fuera del saber, aquello que le da algún valor al saber, y a la facultad del saber, la razón” (Jacobi, 1995, p. 250). De esta manera, establece una relación jerárquica entre lo verdadero y el saber propio de la razón.
B. La razón
La razón (vernunft) para Jacobi tiene una función propiamente perceptiva que se relaciona principalmente con el sentido propio de la palabra percibir (vernehmen) como: tomar noticia o ser testigo de algo. La razón tiene por función principal tomar noticia o ser testigo de lo verdadero pero esto no es equivalente al conocimiento de lo verdadero.
Percibir presupone algo perceptible; la razón presupone lo verdadero: es la facultad de la presuposición de lo verdadero. Una razón que no presuponga lo verdadero es un absurdo. Con su razón no se le da al hombre la facultad de una ciencia de lo verdadero; sino sólo el sentimiento y la conciencia de su ignorancia sobre ello: se le da un vislumbre de lo verdadero. Donde falta esa indicación hacia lo verdadero, ahí falta la razón. Esa indicación, la compulsión a tener presente en vislumbre lo verdadero (…) es lo que constituye la esencia de la razón (Jacobi, 1995, p. 250).
En este sentido, la razón es un medio para anoticiarse de la existencia de lo verdadero. Es importante tener en cuenta esto para comprender que nuestro autor no reniega de la razón. A lo largo de todo su escrito, Jacobi habla de la nobleza de la misma y de la importancia de su función como testigo o vislumbre de lo verdadero.
Tan cierto como que poseo una razón, así de cierto es que con esa mi humana razón no poseo la perfección de la vida, ni la plenitud de lo bueno y lo verdadero; y tan cierto como que con ella no poseo eso, y lo sé, así sé que hay un ser superior, y que tengo en él mi origen. Por ello mi lema y el de mi razón no es: YO, sino más que yo, mejor que yo. Algo completamente distinto. Puesto que la razón tiene la divinidad en los ojos, a Dios necesariamente ante los ojos (…) en esa medida tiene sentido y vale como verdad (Jacobi, 1995, p. 252).
Como citamos anteriormente, el saber tiene algún valor precisamente por su relación con lo verdadero. En este sentido, la intención no es negar la razón sino limitarla o circunscribirla.
C. La verdad y lo verdadero
Jacobi establece desde un principio la relación entre medios y fines, refiriéndose a los medios como el conocimiento o saber propio de la razón. “Todas las ciencias surgieron en primer lugar como medio para otros fines, y la filosofía en sentido propio, la metafísica, no es una excepción” (Jacobi, 1995, p. 249). A su vez, nuestro autor se referirá al saber cómola verdad en su carácter de medio en relación conlo verdaderocomo fin en sí mismo. El problema no sería el valor de la verdad, sino la confusión de los filósofos al pretender que la razón puede extenderse desde sus propios límites hacia lo verdadero. Por eso dice:
Todos los filósofos sedirigieron, más allá dela forma de la cosa, esdecir, hacia la cosa misma, más allá de la verdad, es decir, hacia lo verdadero mismo…ignorantes de que cuando lo verdadero puede ser sabido humanamente, deja de serlo verdadero, para convertirse en una mera creación de la invención humana, en un formar de imaginar imaginaciones carentes de ser (Jacobi, 1995, p. 250).
Una característica, que podemos entrever dentro de la perspectiva de Jacobi, es la separación que establece entre la razón, como algo perteneciente al ámbito de lo natural, de lo creado y por otro lado Dios y lo verdadero, como algo totalmente distinto, a lo que solo puede accederse por un“(…) salto mortal (…)” (Jacobi, 1995, p. 255), que implica la creencia sincera con el corazón o el espíritu. Por eso dice: “(…) el hombre se eleva verazmente sobre sí mismo sólo mediante su corazón, el cual es la verdadera facultad de las ideas, de las no vacías” (Jacobi, 1995, p. 254). El ser humano no puede alcanzar a Dios por la razón, solo puede vislumbrar su presencia. La razón, como medio, solo permite vislumbrar lo verdadero, percibir su existencia. Si permitiese alcanzar lo verdadero sería propiamente un fin. Una vez que se conoce, se percibe o se vislumbra la existencia de lo verdadero por medio de la razón, solo puede accederse a ello, solo puede lograrse el fin, dando un salto de fe con el espíritu, que nada tiene que ver con el saber.
Jacobi desarrolla su idea de idolatría sobre las relaciones que hemos expuesto en los apartados anteriores. En base a esto, veremos que puede sintetizarse en el olvido del fin y su reemplazo por un simple medio. El fin es el encuentro de Dios en su carácter de creador. Es decir, es el encuentro de Dios a partir de la asunción del ser humano como su imagen. El medio, como ya vimos, es la razón, en su función de vislumbre delo verdadero. El ser humano, convierte el medio en fin, al extender más allá de sus propios límites la función de la razón y crear así un Dios como una imagen de sí mismo. De esta manera se efectúa la idolatría, al cambiar al Dios verdadero por una simple imagen proyectada del propio yo. Por eso nuestro autor dice:
Por ello el hombre se pierde a si mismo tan pronto como se opone a encontrar a Dios como su autor, de una forma incomprensible para su razón, tan pronto como pretende encontrar sólo en sí mismo su propio fundamento. Todo se resuelve entonces para él progresivamente en su propia nada. El hombre tiene, pues, esta elección, la única: o la nada o un Dios. Elegir la nada le convierte en Dios (Jacobi, 1995, p. 260).
Jacobi menciona que esta acción es incomprensible para la razón, porque significa descolocar a la razón, confundir su función y su valor real como vislumbre de lo verdadero. Al construir a Dios como una imagen suya el ser humano se pone en su lugar-se asume como Dios- y en esto consiste propiamente la idolatría.
Si no encuentro a Dios (…) entonces yo mismo soy, en virtud de mi yoidad, completamente y absolutamente lo que se llama Dios, y mi primer y más alto imperativo, es que no debo tener otros dioses fuera de mí, o de esa Yoidad. Comprendo entonces y sé perfectamente cómo surge para el hombre con un ser fuera de él esa insensata, absurda idolatría (Jacobi, 1995, p. 260).
Como vimos anteriormente en relación a Fitche y Spinoza, para Jacobi, la idolatría no implica necesariamente una falta en la moralidad o una actitud irreligiosa o atea. Por eso dice:
(…) aquella absurda idolatría, que pone un concepto, una ficción, una generalidad en lugar del Dios vivo (…) no excluye la moralidad ni la a ella inseparablemente unida verdadera religión interna. El Dios vivo es sólo negado entonces con los labios (Jacobi, 1995, p. 261).
Nuestro autor termina, de esta manera, relacionando a la idolatría con la superstición, que más que un verdadero pecado es un error.
En relación con la superstición y el culto en general esmi opinión que es lo mismo si la ejerzo con imágenes de madera o piedra, o con ceremonias, historias milagrosas, gestos o nombres, o con filosóficos mediante y mediante conceptos, frías palabras, vacías formas imaginarias, si convierto las cosas en imagen de esa o de otra manera, si quedo atrapado supersticiosamente en los medios y me engaño sobre el verdadero fin (Jacobi, 1995, p. 261).
Aquí critica, una vez más, la permanencia en los medios y remarca el carácter de engaño o confusión que esto implica. Confundir los medios con el verdadero fin no es un pecado propiamente dicho pero implica una gravedad, no por el acto en sí, sino por las consecuencias que acarrea. Más allá de esto, nuestro autor distingue el caso de la persona -donde ubicaría a Fitche y Spinoza- que, a pesar de incurriren la idolatría, concibe íntimamente lo verdadero en el corazón y en el espíritu, de la persona-el adversario de la humanidad- que, “(…) con manos corrompidas (…)” (Jacobi, 1995, p. 262), se empeña en transformar en un desierto el lugar de lo verdadero.Por eso aclara: “A mi modo de ver sería infinitamente más sabio si nos convenciéramos profundamente a nosotros mismos, y entonces nos preocupáramos también de convencer a otros de que: la idolatría no hace al idólatra; el verdadero Dios no hace al verdadero adorador” (Jacobi, 1995, p. 262). Es decir, se puede incurrir en la idolatría sin ser necesariamente idolatra.
Como decíamos antes, la idolatría es algo perjudicial por lo que acarrea más que por el hecho en sí mismo. Recordemos que la idolatría no hace al idolatra. Por eso es que uno puede cometer idolatría sin ser necesariamente ateo o pecador, como es el caso de Fitche y Spinoza. El problema principal de la idolatría es que conduce hacia el nihilismo convirtiendo en nada, en un desierto, lo verdadero. Al reemplazar el fin por el medio, queda bloqueada la posibilidad de dirigirse hacia algo más elevado, hacia algo absolutamente distinto, por eso Jacobi dice: “(…) debo aniquilar de mi alma la religión (…) debo mofarme de aquella incitación y sugestión de algo más elevado, desterrando de mi corazón toda devoción, toda admiración” (Jacobi, 1995, p. 260). Al optar por la sola razón, es decir, al cambiar el fin por el simple medio, el ser humano se queda, con las manos vacías, en la nada. “(…) no es ella misma la esencia, lo verdadero. Ella misma, sola en sí misma, es estéril, desierta y vacía» (Jacobi, 1995, p. 254). Lo bueno, lo verdadero, solo puede encontrarse en Dios, el origen y la fuerza de lo bueno. “Pero lo bueno, ¿qué es? No tengo ninguna respuesta si Dios no existe. Como este mundo de los fenómenos, si tiene toda su verdad en esos fenómenos y no posee ninguna significación más profunda, si no tiene nada que revelar nada más allá de sí mismo, llega a ser un grisáceo fantasma para mí (…)” (Jacobi, 1995, p. 252).
Por eso mismo, la idolatría, al quedarse en la sola razón y desechar el fin, es decir, Dios y lo verdadero-lo bueno- lleva a que el ser humano pierda todo referencia, toda guía y lo conduce, tarde o temprano, al sinsentido.
Para comprender la noción de idolatría en SimoneWeil, debemos tener en cuenta que ella presenta, a lo largo de todo su pensamiento, una fuerte dualidad entre lo mundano o natural y lo sobrenatural o divino. Lo mundano o natural se asocia, a su vez, con el concepto de necesidad. Weil utiliza la noción de necesidad para señalar que la fuerza predominante en el mundo es la determinación y no la libertad. El ser humano, al conformar parte del mundo, se halla sujeto a su gravedad y a las limitaciones que ésta le impone. Por otro lado, esta autora distingue el ámbito de lo sobrenatural o divino como bien absoluto. El bien absoluto o Dios, perteneciendo solo al ámbito de lo sobrenatural, nunca puede ser apropiado por el ser humano, pero es algo a lo que se debe aspirar (Weil, 2007).
La cuestión importante, en relación a la idea de idolatría, es que Weil plantea la misma, al igual que Jacobi, a partir de una relación fallida entre medios y fines. El medio es lo mundano o natural y la necesidad a él asociada. Lo natural, en Weil, es un medio que permite, desde un conjunto de determinaciones específicas, orientarse hacia el Bien sobrenatural como fin. Para explicar esto, la autora utiliza la metáfora de la planta que, necesariamente, debe estar apegada al suelo para poder crecer verticalmente y orientarse para recibir la luz. El problema es que la idolatría convierte lo que debe ser medio-lo natural- en fin-el bien sobrenatural-.Y la consecuencia que esto acarrea, de manera similar a lo planteado porJacobi, consiste en que, al disfrazar lo natural con los ropajes de lo sobrenatural, se cancela la posibilidad de aspirar al Bien o, en palabras de Weil, al Dios verdadero (Weil, 2007).
Como vimos anteriormente, para Jacobi, la aspiración a Dios-lo verdadero o lo bueno-como fin, también puede quedar descartada a partir de la persecución idolátrica de medios convertidos en fines. Para nuestro autor, la razón, perteneciendo al ámbito de lo natural, es un simple medio, que permite vislumbrar lo verdadero. Pero no es lo verdadero, no es Dios, no es lo bueno propiamente dicho. La idolatría en Jacobi, como ya pudimos apreciar, consiste en convertir la razón y el saber producto de ella, en el fin. La razón humana convertida en Dios es la idolatría que nuestro autor denuncia.
Según Roberto Esposito, la idolatría que critica Weil, consiste en confundir el nivel de lo sobrenatural con el nivel de lo natural, es decir, sobrenaturalizar lo natural o mundano. El objetivo sería demostrar que el Bien nopuede ser absolutamente representado o encarnado en el mundo (Esposito, 2006).
Jacobi por su lado, también se opone, en su idea de idolatría, a la transformación de la razón y del saber humano-con sus productos científicos y filosóficos específicos- en lo verdadero o lo bueno en sí mismo.
J.P. Little también coincide en que la idolatría, en Weil, consiste básicamente en la suplantación de los fines por los medios, la transformación de los bienes relativos, como pueden ser la técnica, el conocimiento científico o el Estado, en bienes absolutos (1979). Al igual que Jacobi, Weil critica el sinsentido y el error de convertir el conocimiento científico y tecnológico en un fin en sí mismo, perdiendo la relación y la dependencia con respecto al bien verdadero que es el único que puede orientar dichas producciones hacia un buen fin. Al dislocar o separar el conocimiento científico, tomándolo como fin y no como medio, de la búsqueda del Bien sobrenatural, los esfuerzos en este sentido se vuelven perjudiciales para el mismo ser humano.
Juan Carlos González Pont, refiriéndose a la noción de idolatría en Weil dice:
Para la autora, la idolatría radica en el error de ubicar el bien y el mal absolutos en este mundo, cuyas realidades son por definición limitadas, relativas y temporales (…) el bien y el mal absolutos dejan por lo tanto de servir de meras referencias morales para pasar a confundirse con realidades, históricas (limitadas y relativas, a las cuales se concede un valor absoluto) (2006, p. 90).
Esta idea de no absolutizar el bien o el mal en determinada realidad natural o temporal podemos apreciarla en el tratamiento que Jacobi tiene con las figuras de Fitche y Spinoza y en su afirmación acercaque la idolatría no hace al idolatra y que el verdadero Dios no hace al verdadero adorador. Ya vimos como nuestro autor, sorteando la polarización entre buenos y malos, pecadores y no pecadores, puros e impuros, nos muestra cierta sutileza, al presentar a Fitche y a Spinoza como figuras complejas, donde la idolatría se mezcla con una buena intención en el foro interno. Por otro lado, al afirmar que la idolatría no hace al idolatra y que el verdadero Dios no hace al verdadero adorador, Jacobi está criticando precisamente el señalamiento de un mal y un bien absolutos respectivamente. De esta manera, la precisión que nos brinda Jacobi en esta frase, forma parte de su misma noción de idolatría.
Hemos podido observar como la idea de idolatría, en Jacobi, se establece a partir del planteamiento de una relación entre medio y fin y del engaño o el error que se comete al reemplazar el fin por el medio. El medio es la razón y el saber o el conocimiento como su producto. Este medio, propiamente humano, permite, a través de su misma limitación, es decir, por contraste o de forma negativa, vislumbrar lo absolutamente distinto a partir de lo que no es o de lo que no puede llegar a ser. La razón y su saber, no son negados de manera absoluta por nuestro autor, sino, por el contrario, valorizados por su función de vislumbrar o tomar noticia de lo verdadero. Pero, es importante remarcar una vez más, este tomar noticia de lo verdadero no implica alcanzar o conocer propiamente lo verdadero. Lo verdadero, como fin en sí mismo, solo puede ser encontrado a partir del espíritu o del corazón, es decir de una determinada disposición emocional. Según Jacobi, esto es posible, porque el ser humano, como imagen de Dios, ya posee a Dios o lo verdadero en su interior. A partir de la propia acción y de las fuerzas que aquí se ponen en juego, esta imagen, que se halla de manera potencial en el corazón, se va desplegando y se va mostrando a la persona, permitiendo el encuentro progresivo con lo verdadero, el Bien o Dios. De esta manera, nuestra autor quiere explicar que Dios, lo bueno o lo verdadero, no es un concepto o una imagen producida por el ser humano, sino el ser humano una imagen de sí mismo producida por Dios. Solo puede conocerse a Dios porque ya se halla dentro de uno mismo, no porque se lo invente, conceptualmente, con la propia razón. Lo bueno o el Bien propiamente dicho tiene un carácter de revelación en el propio corazón humano, como imagen de sí dispuesta allí por Dios, no como imaginación o creación propiamente humana. La idolatría, entonces, supone reemplazar a Dios o lo verdadero por un producto o ídolo-imagen-construido por el saber humano. Al hacer esto, el ser humano pone a su razón y a sí mismo como fin, convirtiéndose él mismo en Dios. El problema de esta idolatría es que, al perder lo verdadero como referencia hacia la cual dirigirse, el camino del ser humano se vuelve hacía si mismo desembocando en la propia nada, perdiéndose inevitablemente en el nihilismo. La razón, como simple medio, al perder su fin, se vuelve un medio autorreferencial, es decir, un medio que se dirige a un medio, perdiéndose en la nada y el sinsentido.
Como hemos señalado, la idea de idolatría en Jacobi, posee importantes puntos en común con la noción de idolatría elaborada por Weil. Lo más valioso que podemos remarcar, al comparar a ambos autores, es la similitud en el desarrollo de la noción de idolatría como una relación malograda entre medios y fines. El medio, lo propiamente natural o mundano, que en el caso de Weil puede ser tanto el conocimiento científico, como la técnica, la política o la identidad étnica, es sobrenaturalizado convirtiéndose en fin. De esta manera, el ser humano se dirige a su propia perdición al confundir lo mundano, algo netamente relativo, con Dios o el Bien propiamente dicho. Consiguientemente, al señalar un bien absoluto en el mundo, el ser humano debe hacer lo mismo con el mal, buscando la propia encarnación del mismo en, por ejemplo, un grupo étnico, una nación, o una persona específica. Jacobi, al señalar una confusión similar entre el medio y el fin, concluye también el sinsentido y la propia nada a la que si dirige el ser humano. Haciendo hincapié, a su vez, en el error de apurar un juicio demasiado condenatorio sobre el desempeño complejo del ser humano, como pudimos apreciar en los casos particulares de Spinoza y Fitche. Parece que Jacobi, varios años antes que Weil, ya había llegado a la conclusión que nada que pertenezca al ámbito de lo natural o propiamente humano, como el saber o el conocimiento, puede ser absoluto, ya sea positiva o negativamente.
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