Enfoques del desarrollo y el turismo en América Latina
Approaches of development and tourism in Latin América
Noemí WallingreEl artículo presenta algunas propuestas de análisis sobre el desarrollo del turismo en tanto meta para alcanzar el progreso, con especial acento en los países de América Latina. Se parte de la idea que el sector del turismo no es ajeno a los distintos enfoques y procesos que comprenden a las nociones generales del desarrollo y a las distintas concepciones que a través de las décadas se presentan y que, para poder incorporarlo al discurso sobre el desarrollo, necesita ser analizado e interpretado. Indaga ciertos aportes críticos respecto de las ideas sobre el desarrollo para que permitan (re) pensar perspectivas bajo nuevos parámetros conducentes a lograr beneficios más equitativos, a partir de reflexionar sobre los distintos enfoques que el desarrollo del turismo puede asumir y teniendo en cuenta las circunstancias de sus avances. El ensayo inicia con el análisis conceptual y propone un recorrido por los enfoques del desarrollo, con las ideas instrumentadas en América Latina, y finaliza con su incidencia en el turismo.
The article presents some proposals of analysis on the development of tourism as a goal to achieve progress, with special emphasis on Latin American countries. Itis based on the idea that the tourism sector is not alient o the different approaches and processes that comprise the general notions of development and the different conceptions that through the decades are presented and that, to be able to incorporate it to the discourse on the development, needs to be analyzed and interpreted. Some critical contributions to development ideas are explored in order to reason and reflect on the different approaches that the development of the tourism may assume, rethinking perspectives under new conducive parameters to achieving more equitable benefits, and taking into account the circumstances of the ir progress. The article begins with the conceptual analysis on approaches to the development, continues with the ideas of development implemented in Latin America, and ends with its impacton tourism.
El turismo moderno irrumpe con fuerza, se fortalece y expande en todo el mundo desde 1945, en simultáneo con el origen del concepto de desarrollo, las ideologías y los modelos para alcanzarlo. A partir de entonces ingresa en la fase del llamado turismo masivo que produjo las mismas ilusiones que el desarrollismo. Compartió con el desarrollo un nuevo escenario de esperanzas y oportunidades para lograr sociedades más distributivas, y fue atravesando diferentes enfoques ideológicos en su proceso de transformación. En el presente, el turismo es uno de los sectores terciarios más dinámicos de la economía mundial pero ¿las ideas del desarrollo repercutieron y se instrumentaron en él como metas para el progreso? ¿Hasta dónde es posible avalar que la incorporación del turismo al perfil de producción de los países produjo prosperidad? ¿Su importante crecimiento (cuantitativo) condujo al verdadero desarrollo?
Estos interrogantes se plantean como disparadores para indagar algunos aportes de autores y también de organismos especializados que han abordado esta temática. Se parte de la idea que el sector del turismo no es ajeno a los distintos enfoques y procesos que comprenden a las nociones generales del desarrollo y a las distintas concepciones que a través de las décadas se presentan. Por tanto, y como parte del objetivo de este artículo, se pretende analizar e interpretar el turismo en relación al desarrollo.
Asimismo, como la instancia de desarrollo actual está siendo cuestionada y se piensa que no basta con establecer mecanismos correctores de los modelos dominantes se invita a reflexionar sobre los distintos enfoques que el desarrollo del turismo ha asumido, a (re) pensar perspectivas que permitan instrumentar nuevas ideologías-modelos-estrategias para lograrlo, que permitan sostenerse en parámetros más apropiados para cada territorio y teniendo en cuenta sus particularidades, con el fin de lograr mayores beneficios y bienestar en las poblaciones para contribuir a un genuino progreso.
El concepto de desarrollo surgió en 1949, al poco tiempo de finalizar la segunda guerra mundial, momento en el que se institucionalizó, alcanzó cierta legitimación y condujo al afianzamiento del pensamiento desarrollista1. Casi en simultáneo comenzó un camino de cambios y también de críticas. Es heredero de la noción occidental de progreso surgida en la Grecia clásica y consolidada posteriormente en Europa bajo el supuesto que la razón permitiría descubrir las leyes generales que organizan y regulan el orden social para transformarlo en beneficio de las personas (Valcárcel, 2006). Así, el discurso sobre el desarrollo, como meta y como proceso, se estableció y consolidó. Con él, también lo hizo una estructura de dominación dicotómica por categorías: subdesarrollado-desarrollado, pobre-rico, avanzado-atrasado, civilizado-salvaje, centro-periferia. Ese discurso sentó las bases conceptuales de otra forma de imperialismo: el mismo desarrollo, el cual depositó además la confianza en el desarrollo como proceso planificado para superar el atraso, a pesar que terminó por bloquear las puertas del desarrollo (Alberto Acosta, en Unceta, 2015).
El concepto de desarrollo2parte entonces de la concepción amarrada al progreso, entendido como la capacidad de satisfacer necesidades humanas mediante la innovación y el incremento de la producción (Unceta, 2015), así como también al crecimiento económico. La reflexión anterior puede vincularse con determinados enfoques y teorías, tales como la teoría de la economía del desarrollo con base en la medición del PBI y en la variación PIB/hab. a lo largo del tiempo (desde 1945); del crecimiento económico, de la mano de la teoría de la modernización y ligado a la necesidad de industrialización como único símbolo de progreso (40/50); del subdesarrollo y la dependencia (originaria en los años 60 en América latina) la cual considera que el subdesarrollo es un reflejo de la realidad y donde la economía en esos países quedó subordinada a los países centrales dando lugar a la relación centro-periferia; y del neoliberalismo (de 1970 en adelante), sustentado en la doctrina del Consenso de Washington. Cada teoría entendió al desarrollo como un fenómeno estrictamente asociado a la dimensión económico-material (crecimiento) y apoyada en aspectos cuantitativos medidos básicamente a partir del PBI3, siendo los indicadores los únicos instrumentos aislados y válidos para su medición.
Con el transcurso del tiempo surgen nuevos pensamientos sobre el desarrollo y pretenden ser superadores a pesar que la mayoría continúa sin cuestionar la ortodoxia económica. Entre los mismos se rescatan los enfoques sobre las necesidades básicas (Streeten, 1978; OIT, 1976), del desarrollo a escala humana (Max Neef, 1980); del desarrollo humano (PNUD, 1990), del medio ambiente y el desarrollo sustentable (1980); de las capacidades de la gente (Sen, 1980); territorial del desarrollo (Chambers, 1980) y del desarrollo endógeno o local (desde 1970, varios autores)4. Los autores que les dieran origen rechazan, en general, la idea de suponer que el crecimiento económico conduce al desarrollo y afianzan aquella asociada a que un alto crecimiento no conduce necesariamente al desarrollo como tampoco lo garantiza, ya que no es posible entender al desarrollo solo como una cuestión de desplegar modelos macroeconómicos sino que también, y especialmente, hay que incorporar los aspectos culturales y políticos (Gaitan, 2013). Por esto, tal como señala Quijano, a partir de los nuevos aportes se contribuyó a poner apellidos al desarrollo para diferenciarlos de aquello que nos incomodaba, aunque se sigue en la misma senda. En palabras del autor “…este refinamiento de la teoría ha acabado por convertirse en un ejercicio meramente abstracto sin repercusiones prácticas” (Quijano, en Unceta, 2015, p. 17).
En línea con estos aportes se desprende otro paradigma denominado neo-desarrollista, que intenta convertirse en una nueva perspectiva del desarrollo aunque aún en formación porque en ningún caso se puede pensar que el paradigma neoclásico ha sido vencido (Gaitán, 2013). El autor entiende que es un proyecto que tiende hacia la mayor autonomía nacional, el cual plantea la construcción de un espacio de coordinación entre las esferas pública y privada, con el objetivo de aumentar la renta nacional y los parámetros de bienestar social. No reniega del modo de producción capitalista pero sí cuestiona el capitalismo real que durante más de dos siglos se estructuró a favor de los países centrales. Esta perspectiva alude a una modificación sustancial de la economía y también de la política y la sociedad, apelando al Estado como gran articulador de las dinámicas del crecimiento y la generación de bienestar. El neo-desarrollo implica, necesariamente, pensar un cambio en el sistema productivo que debe tender a ser más equilibrado y diversificado, y promueve agregar mayor valor, sin perder de vista el fuerte protagonismo del sector de los servicios, como es el caso del turismo.
Otro enfoque, y apoyado en la idea acerca de fracaso del modelo de desarrollo, es el del mal desarrollo (Unceta y otros, 2015). El mismo parte de entenderque existen fracasos globales y sistémicos, que incluyen a países con distintos niveles de desarrollo y a la relación entre ellos. Esa idea representa una merma en la satisfacción de las necesidades humanas y/o de las oportunidades de las personas, debido a un sistema basado en la eficiencia que trata de maximizar los resultados, reducir costos y conseguir una incesante acumulación del capital. “[…] el sistema mundial está mal desarrollado por su propia lógica y es a esa lógica hacia donde hay que dirigir la atención” (Tortosa, en Unceta, 2015, p. 22).
Todo esto deriva en una concepción más actual e integral del desarrollo que, en sentido amplio, contempla una diversidad de complejos procesos económicos, sociales, culturales y político-administrativos, los cuales interactúan entre sí para lograr un crecimiento sostenido con mayor equidad (Unceta, 2015; Munck, 2010). En base a lo expresado anteriormente podemos decir que la dimensión económica es importante para el desarrollo pero no es su única determinante, así como el PIB y PIB per cápita de forma aislada no conducen a reflejar el grado de desarrollo de un país. El desarrollo debe entenderse como el crecimiento sostenido con equidad, por lo cual es menos cuantificable, material y objetivo, y más complejo de medir. Desde esta perspectiva, hasta hace décadas, la meta del desarrollo consistía simplemente en lograr la modernidad dentro de los límites de un determinado Estado-Nación, sin embargo, ahora se suman perspectivas tales como el papel de las limitaciones/problemas ambientales y humanos; y la superioridad que supo asumir el modelo de desarrollo occidental está siendo cuestionada, al igual que las visiones acerca del desarrollo y los modos de lograrlo. No obstante, y a pesar que desde esta evolución ideológica-conceptual es ampliamente aceptada la idea de que el crecimiento no puede ser una analogía del desarrollo, aún permanece en determinados ámbitos la concepción del desarrollo sólo como sinónimo de crecimiento económico, en particular en aquellos vinculados a gobiernos y organismos.
En el caso de los países de menor desarrollo, desde 1960 existen estudios y nuevos aportes sobre la trayectoria que tomará el desarrollo capitalista en la periferia, relativo a la vulnerabilidad por la influencia externa en el desarrollo, la dependencia financiera y tecnológica, y sus efectos en las sociedades. Esto va dando lugar a que ese devenir se encuentre activamente cuestionado debido a sus características hacia un desarrollo dominante sostenido en las raíces exógenas de los problemas del desarrollo y las diferencias crecientes entre los países de mayor o menor riqueza como consecuencia de los procesos globalizadores-homogeneizadores económicos, desde el ingreso al siglo XXI (Munck, 2010). Según el mencionado autor, el desarrollo no es simplemente un instrumento para el control económico y político de los países de menor desarrollo, sino una estrategia para definirlos y definir sus supuestos problemas. Ha sido el mecanismo primario a través del cual esos países han sido imaginados y se han imaginado a sí mismos, marginando o evitando de este modo otras formas de ver y hacer. Pero, según dice, al buscar otras formas de ver y hacer es que puede construirse alguna otra alternativa o un contra-desarrollo (Escobar, 1995, en Munck, 2010). Es entonces que desde la última etapa del siglo pasado se sostienen debates ampliados y más integradores respecto del desarrollo, los cuales involucran los temas ambientales, la conservación –naturaleza y cultura–, y la mejora general de los estándares de vida; aspectos todos que se pretenden nuclear bajo el concepto de desarrollo sustentable –con un cuantioso bagaje de declaraciones, también visto como un mero discurso, además de no reprochar la economía de libre mercado y las reformas estructurales-, donde también se congregan quienes lo aceptan con el sentido del enverdecimiento de la teoría y el planeamiento del desarrollo. Por esto, ahora, cuando se piensa en desarrollo, ya no se habla sólo de riqueza e industrialización, sino fundamentalmente de bienestar (Pomeraniec y San Martín, 2016).
Un último aspecto asociado a la noción de desarrollo, es aquel que para Arroyo (2002) se relaciona con una sucesión de interrogantes: ¿qué actividades realizó un territorio (en sus diferentes escalas) a lo largo de su historia? ¿Con qué recursos se cuenta? ¿En qué actividades conviene concentrar los esfuerzos? ¿Qué es estratégico en un territorio? ¿Qué cosas son importantes y que cosas no lo son? Encontrar cuáles son las actividades productivas claves que van a liderar el proceso de desarrollo determinará el perfil de un territorio, a partir de convertirlas en ejes estratégicos. Esto da lugar a que existan territorios con perfiles bien definidos –mono o diversos–, otros con perfiles en crisis –cuando desaparece la actividad que fue motor de la economía o, de forma paulatina, comienza a mostrar signos de agotamiento– y los que no tienen un perfil definido -no poseen claridad acerca de cuáles son las bases productivas sobre las que se sostiene el desarrollo-. Por lo tanto, existe una estrecha relación entre el modelo de desarrollo (a implementar) y la configuración de un territorio (Casalis y Villar, 2011).
1 En USA a partir del discurso inaugural de la II presidencia de Truman ante el Congreso quien planteó un mandato ideológico: el desarrollo como meta a alcanzar por los países subdesarrollados (la mayoría) y presentó al estilo estadounidense como el fin a emular. Quedó sentado que el mundo desarrollado no existiría sin su opuesto en tanto meta para ser alcanzada (Alberto Acosta, en Unceta, 2015).
2Antecedido del concepto de progreso por otros como civilización, evolución, riqueza y crecimiento. También dio lugar a la dicotomía desarrollo-subdesarrollo que emplearán organismos internacionales y gobiernos.
3A pesar que el PBI no contempla la destrucción, la distribución, la fractura ecológica, la satisfacción de necesidades de personas y de la biósfera, ni la enorme cantidad de funciones de reproducción social no monetarizadas pero imprescindibles para la vida (Herrero, Cembranos & Pascual, en Fernández Miranda, 2013); no presta atención a cuestiones de la distribución de una actividad y a los elementos de bienestar que no tiene valuación de mercado, y no comprende el stock educativo o los recursos naturales (Pomeraniec y San Martín, 2016).
4 Muchos conceptos fueron creados por intelectuales y posteriormente apropiados por organismos y gobiernos. Nota: las fechas entre paréntesis son solo orientadoras.
Tempranamente, América Latina hizo propias las ideas y las metas de desarrollo occidentales implantando programas y modelos foráneos importados de los países centrales y hegemónicos (particularmente de Europa y Estados Unidos), en la creencia que un día se parecería sustantivamente a ellos (Filgueira, 2009). Se siguió al Centro (siempre generador de ideas y tendencias), como referente de la toma de decisiones y de la posterior imposición de su instrumentación. Así, la región atravesó diferentes enfoques ideológicos de desarrollo. Se inició con la denominada economía primaria exportadora y del liberalismo como forma de dominio político (1880-1930), que condujo a las economías de control nacional y de enclave con fuerte control externo, productora de materias primas, importadora de productos manufacturados, libre comercio y mínima intervención estatal. Tuvo su fase de crecimiento a partir de la exportación de materias primas y de industrias de matrices extranjera (Gaitan, 2013), momento en el que el subcontinente se afirma como periferia de los países hegemónicos, según lo consideran los autores Nercesian y Rostica (2014). Se siguió con la denominada industrialización por sustitución de importaciones o industrialización dirigida por el Estado, que partió de la ideología del desarrollismo(desde que finaliza la etapa anterior hasta los 70), en particular sostenida en la industria liviana y en la consolidación del mercado interno. En ella el Estado asumió un rol central en el proceso de desarrollo, a pesar que hay autores que reconocen que dicho proceso de industrialización no se ha completado e, incluso, hay países donde esa idea es sólo una enunciación irreal (Pomeraniec y San Martín, 2016). Luego se llega al neoliberalismo, modelo que se aplicó con rigor en la región. En adhesión al Consenso de Washington, se apoyó en las políticas de ajuste estructural que incluyó reformas macroeconómicas, en el régimen del comercio exterior y fomento al sector privado. Se basó en la premisa del Estado mínimo, la desindustrialización y la valoración financiera. La ideología neoliberal, tomó distancia de los modelos Estado-céntricos, permeabilizó las estrategias de privatización, desregulación, desreglamentación y de su instrumentación política a favor del capitalismo trasnacional de gran escala. Impactó con fuerza en los territorios de los países llamados emergentes –aunque no solamente–, en particular a partir de la deslocalización industrial, empresarial y de servicios (como es el caso del turismo), así como también sobre la incidencia de las denominadas burbujas inmobiliarias y financieras (donde el turismo participa con fuerza). En la región esta ideología pronto encontró sus límites y agudizó los conflictos sociales, las desigualdades y los problemas ambientales, situación que condujo a que paulatinamente varios países comenzaran a transitar una senda pos-neoliberal con una mayor participación del Estado en el manejo económico. Sin embargo, esos cambios no son asimilables a los procesos pos-desarrollistas, ya que tampoco dejaron atrás la ortodoxia económica y se mantiene (y en algunos casos se profundiza) la modalidad de acumulación extractiva de origen colonial (Acosta, en Unceta, 2015.) Si bien después de la llamada década perdida de los 80, el desarrollo en términos de acumulación del capital siguió su curso en la región, el proceso fue desigual y continuó sostenido en la mercantilización de la naturaleza –con una marcada tendencia a la re-primarización a partir de las actividades de escaso valor agregado–, alcanzando casos de productivismo depredador. Por tanto, no se ha trabajado en cambiar o diversificar la matriz productiva para que permita una mayor diversificación de las economías y de sus efectos sobre las sociedades5.
Para un país no disponer de recursos naturales suele ser una maldición, pero imaginar que todo se resuelve por esa vía también ha demostrado ser un error que se paga caro. Es ahí, en esa dependencia de la tierra y de los animales, y en la falta de proyecto de diversificación productiva, dónde parece radicar la mayor debilidad de la región, el punto más sensible; aquel que explica por qué no pudimos hasta ahora crecer de manera sostenida: una debilidad frustrante por la que aún nos seguimos preguntando cuánto falta para el desarrollo (Pomeraniec y San Martín, 2016, p. 205).
Más recientemente, América Latina, atravesada por fuertes críticas al capitalismo financiero mundial y su gran diversidad, reflexiona sobre adoptar caminos más autónomos de desarrollo, aunque el subcontinente se disputa y oscila entre la continuidad y el cambio. Para algunos el marco referencial sigue siendo el global, donde es el mercado y no los gobiernos nacionales, los que vienen desempeñando el papel de conductor (Munck, 2010). Los verdaderos dueños del mundo son, por encima de los Estados y sus regulaciones, las calificadoras de riesgos, los bancos, las aseguradoras y los fondos de inversión donde no hay un libre mercado para todos sino un esquema sistemático de privilegios para grandes capitales (Vogl, en Pomeraniec y San Martín, 2016). Es por esto que es necesario transitar –o por lo menos intentar– hacia una etapa del pos-desarrollo, del pos-crecimiento o del buen vivir, otro camino hacia el desarrollo sostenido para lograr mejores condiciones de bienestar y calidad de vida de la población, tomando distancia de las mediciones del PBI y otros indicadores económicos como únicas instancias de medición. En esta perspectiva se agrupa una gama de autores de diversas nacionalidades cuyo común denominador es su postura radicalmente contraria a todo lo que se vino considerando por desarrollo. Se identifican entre sí en el cuestionamiento de las diferentes versiones de la modernización. Entienden que el desarrollo es concebido como un discurso del poder, de control social de los pueblos que los despoja de su identidad histórica al presentarles una imagen negativa e insoportable de ellos mismos en términos de retraso o inadaptación frente a la situación que viven los pueblos más industrializados. Rechazan el desarrollo definido bajo criterios universalistas y exógenos sobre la herencia de la comunidad local, y critican que bajo el nombre de desarrollo, occidente durante los últimos 50 años ha perpetuado su dominio, mientras que la ayuda al desarrollo no sería más que un instrumento de alienación y sumisión (Valcárcel, 2006). Los partidarios del pos-desarrollo objetan el desarrollo por eurocentrismo y por ser una ingeniería autoritaria, al tiempo que declaran que la era del desarrollo acabó. Pero ¿qué proponen alternativamente los post-desarrollistas? Reivindican justamente el derecho a las diferencias. Apuntan a lo local como base de la reconstrucción de la moral y la política de las sociedades actuales y se sostienen en la idea de un desarrollo más autónomo y de carácter nacional. Es a nivel del territorio y de la comunidad (local) que se pueden recomponer los lazos sociales fundados sobre la confianza mutua y la reciprocidad.
5A finales de los 70 aparece el concepto de eco-desarrollo, el cual considera que las necesidades de las personas y la utilización racional de los recursos tienen que compaginarse debido a los ya advertidos problemas del agotamiento paulatino de recursos, pérdida de biodiversidad, desequilibrios ecológicos locales y globales, y graves alteraciones del clima (Unceta, 2015).
En el nivel planetario se reconoce al turismo como uno de los sectores terciarios más dinámicos de la economía a la vez que, no hay dudas, que los enfoques antes descriptos irrumpieron con fuerza sobre el sector pero ¿las ideas del desarrollo repercutieron y se instrumentaron en el turismo como metas para el progreso? ¿Hasta dónde es posible avalar que la incorporación del turismo al perfil de producción de los países produjo progreso? ¿Su importante crecimiento (cuantitativo) condujo al verdadero desarrollo?
Desde que el turismo se incorporó con furor en las economías de los países6como idea de progreso y como instancia para superar el atraso de países y regiones, se ha instalado en el discurso mundial, en particular a través de diversos organismos y gobiernos, adhiriendo de esa forma a las lógicas generales del sistema de desarrollo. A partir de 1945 el turismo moderno se impone y fortalece en todo el mundo a partir del denominado modelo industrial o del turismo masivo. Generó las mismas ilusiones que el desarrollismo, compartió con el desarrollo un nuevo escenario de esperanzas y oportunidades para construir sociedades más equitativas, y por ello la economía tomó el liderazgo en la formulación de un modelo (Dachary, 2012). El turismo quedó comprendido también en los debates sobre desarrollo versus crecimiento, así como en todos los enfoques más recientes vinculados al desarrollo sostenible, influencia en el desarrollo humano, desarrollo territorial, desarrollo endógeno, etc.; hasta llegar a adoptar sus propias definiciones, siendo el caso más difundido el del desarrollo sostenible del turismo. En consecuencia ¿es posible un turismo sostenible cuando tiende a la masificación, está explotado por empresas transnacionales y se desarrolla en el marco de políticas públicas y de relaciones comerciales neoliberales? (Fernández Miranda, 2013).
También se incluye al turismo en las implicancias para la modernización de ciudades, regiones, o países, en los efectos económicos, ambientales y culturales, en las condiciones generales de vida de la población, en su incidencia en los países considerados de la periferia (o en regiones dentro de un mismo país) y en la implantación de modelos foráneos de desarrollo. Hasta han aparecido casos en diversos países que acentúan los reclamos de las comunidades receptivas respecto del mal desarrollo que produce7el turismo, y algunos autores, como César Dachary, sostienen que los modelos vigentes son de dominación y no de desarrollo, y llegan a plantear una nueva recolonización que se realza (en determinados países) a partir del turismo.
Mientras tanto, la Organización Mundial del Turismo (OMT), agencia especializada de Naciones Unidas (NU), se preocupa por la medición en el incremento del volumen del turismo y valora su importancia para el crecimiento de las naciones. Pero, a pesar de los valiosos avances que el sector tiene en el mundo, en lo que al contexto del turismo internacional se refiere, los países no obtienen beneficios equitativos. Aunque el sector no deja de crecer tanto en la oferta como en la demanda y en los aportes económicos, las tres regiones que continúan concentrando la hegemonía de sus beneficios mundiales son Europa, América del Norte, Asia y el Pacífico; mientras que los países de África, América del Sur y de vastas regiones de Asia, siguen considerándose periféricos, aunque se debe reconocer su evolución. Si bien el organismo señala que las economías emergentes son las principales impulsoras del crecimiento, y que en especial los países en desarrollo dependen del turismo para generar ingresos y empleos, si se realiza un análisis comparativo y cuantitativo se puede observar que es más bien una realidad relativa. Los ingresos económicos en concepto de turismo, se concentran en más del 60% en los países de economías avanzadas mientras que las economías emergentes, donde se concentra la mayor cantidad de países, reciben un estimado del 35%; y la misma OMT difundió que aproximadamente la mitad de los ingresos por turismo del mundo se obtienen en Europa. En esas mismas regiones y países, se concentran los mayores movimientos turísticos y son considerados, además, los principales emisores y receptores. También es donde se generan las ideas sobre el desarrollo del sector con los consecuentes beneficios multiplicadores que produce y que redundan en mejoras de la calidad de vida de vastos sectores de su población.
Es oportuno sumar que el gran negocio del turismo mundial está altamente concentrado. Tres alianzas estratégicas del transporte aéreo concentran más del 80% del mercado mundial e igual número de alianzas agrupa la actividad de cruceros, unas 10 operadoras del turismo mundial (europeas, estadounidenses y recientemente asiáticas) concentran porcentajes similares del negocio del turismo y su distribución y no más de 15 grupos hoteleros mundiales hacen lo propio con el alojamiento planetario. Esos niveles de concentración, año tras año, tienden a crecer.
De esta manera, el turismo mantiene los mismos lineamientos de los demás sectores productivos. Se convierte en un círculo vicioso que tiende a concentrar los mayores beneficios hacia adentro de los países de mayor desarrollo y a manos de las cada vez más grandes corporaciones. A pesar de esto, no se pone en discusión el poder económico del turismo y su sostenido crecimiento planetario, situación que condujo a que muchos países (tantos industrializados como de menor desarrollo o emergentes) lo incorporaran a su matriz productiva, ya sea como sector primordial, complementario o diversificador de sus economías. Sin embargo, su sostenido crecimiento no garantiza, necesariamente, el desarrollo de las sociedades en las cuales el turismo se implanta. Por ello, cada país debe analizar la instrumentación de las diferentes ideologías-modelos-estrategias para su desarrollo y los diferentes efectos en sus sociedades. Esta realidad generó un amplio debate en torno a las potencialidades que la actividad tiene para generar, más allá de los efectos económicos que produce (Villar, 2014).
Esa realidad condujo a que, desde el ingreso a la etapa del turismo masivo, surgieran algunos enfoques críticos, poco favorables, y más acentuados en los perjuicios y externalidades negativas del turismo que en los beneficios. Entre los clásicos se destaca Dennison Nash (1989), quien refiere al turismo como forma de imperialismo y la visión asimétrica centro-periferia. Su postura se centra en la mirada de que los países centrales emisores de turismo tienen una relación colonial e imperial con los países de la periferia, donde existen grandes atracciones para el mundo del turismo, situación que los obliga a transformarse según los gustos de los países centrales. Jurdao Arrones (1992) aporta su enfoque sobre el turismo como utopía del desarrollo de la periferia, a partir de atender los aspectos negativos que produce en los países menos desarrollados. Fue el primero en denunciar, según su parecer, la perversa ecuación del modelo inmobiliario del turismo y la expulsión de campesinos, reemplazados en las nuevas ciudades por inmigrantes temporales (del turismo residencial). En tanto que para César Dachary (2012), el turismo es una pieza del capitalismo global. Ha tenido que redefinirse para no quedar fuera de las nuevas leyes que rigen a ese capitalismo y sus transformaciones alteraron cuestiones fundamentales del modelo.
Por otra parte, los trabajos de Jafar Jafari (1994 y 2005) buscan un balance entre los distintos enfoques del desarrollo del turismo respecto de los beneficios o los perjuicios según la etapa de su evolución, y los agrupa en: el turismo como alternativa para el desarrollo y como una postura defensora del sector (1960); las críticas al modelo de desarrollo del turismo y las advertencias sobre los daños que puede causar mientras que los beneficios son concebidos solamente para las empresas y grandes corporaciones que destruyen la naturaleza dando lugar a los problemas ecológicos (1970); los modelos de adaptación de menor efecto cuando surgen formas alternativas del desarrollo, que buscan dar respuesta a cómo se efectúa el desarrollo (1980); en tanto Cordero (2003) presenta una postura mediadora sobre el desarrollo del turismo y aporta distintas tipologías a partir de considerar la correlación de fuerzas entre el capital turístico trasnacional y las fuerzas locales. Contempla las alternativas en diversos modelos: el modelo A o de enclave, tiende a ser de carácter excluyente y se sostiene en el predominio económico, social y cultural del capital trasnacional en la oferta, en la fuerza de trabajo local, la cual participa básicamente como mano de obra no calificada y la expropiación de los espacios turísticos locales; el modelo B o de participación local, con un enfoque incluyente, cuyas principales características son el predominio económico, social y cultural de acciones locales en la oferta, la participación de la fuerza de trabajo con negocios propios y la conservación del acceso y pertenencia a los espacios territoriales de uso turístico por parte de los actores locales; y por último, el modelo C o combinado, en el que se produce una mezcla relativamente equilibrada de las características de los modelos anteriores.
Para la OMT, el turismo es un elemento de desarrollo para los países del Sur y propulsa diversas ideas e instrumentos, algunas tendientes a apoyar los beneficios del sector para el crecimiento de los países. Es el caso de su propuesta de fines del siglo XX denominada Pro-Poor Tourism (PPT) que trasmite la idea del turismo como una eficiente herramienta para la reducción de la pobreza a partir de tres ámbitos de actuación: el aumento de oportunidades del trabajo asalariado, la creación de micro-empresas locales y la generación de ingresos comunitarios. Estos ámbitos se replican en un sinnúmero de documentos y hasta de planes estratégicos de diferentes escalas (nacionales, provinciales y municipales). De manera acertada, algunos autores sostienen, en particular los que se ubican en el pensamiento sociológico-antropológico, que la PPT defiende los principios de los modelos turísticos dominantes que avala la OMT. ¿Por qué? Porque a su vez, dicho organismo piensa que el mejor método para lograr el desarrollo del turismo es la liberalización del mercado de los servicios turísticos. Tal es así que participó en el acuerdo general sobre el comercio de servicios junto a la Organización Mundial de Comercio (OMC), cuyo objetivo es impulsar la liberalización del sector servicios, entre ellos los concernientes al turismo, y socavando cualquier medida de protección por parte de los Estados. Aunque, según Jordi Gascón (2011), esa liberalización va en detrimento de las empresas turísticas locales y a favor de la concentración del sector en manos de unas pocas corporaciones trasnacionales, lo cual es incompatible con el desarrollo sostenible y con la búsqueda de disminución de la pobreza.
Asimismo, si se tienen en cuenta las distintas teorías del desarrollo, el turismo atravesó diferentes etapas: el modelo de producción prefordista (artesanal), denominado como del turismo industrial temprano; el modelo de producción fordista (en serie y en masa), que se conoce como turismo industrial maduro; y el modelo de producción posfordista (flexible y sustentable), que se suele denominar del posturismo o del turismo posindustrial. Cada una de ellas promovió distintos modelos o tipologías de desarrollo con sus consecuentes efectos - favorables o desfavorables -, los cuales pueden agruparse en dos enfoques. Uno, de tendencia incluyente que tiene relación con el desarrollo del sector que integra, promoviendo beneficios a toda la población residente y aspira a una mayor equidad social, sostenido, por lo general, en desarrollos de menor escala. Además, procura el desarrollo integral armonizando el empleo del territorio y el patrimonio, con la implementación de infraestructuras y servicios que permitan concertar el estándar de vida requerido por la comunidad local con la lógica de la rentabilidad (mayor porcentual de producción y comercialización de bienes y servicios turísticos por parte de los residentes). Esta es la alternativa que se sustenta en los fundamentos y características del desarrollo endógeno o local (Wallingre, 2009). Dicha opción conduce a una mayor descentralización territorial de los destinos (al permitir el surgimiento de nuevos y numerosos destinos), a fortalecer y a asignar mayores responsabilidades a las escalas más acotadas, como las municipales o micro regionales, y al otorgar autonomía suficiente a sus sociedades para constituirse en garantes de su desarrollo. Otro, contrapuesto y de carácter excluyente, es el enfoque que se sustenta en las economías de enclave con base en la deslocalización y tras-nacionalización empresarial que prioriza el trinomio financiero-construcción-inmobiliario. Sobresalen los modelos integrados, aquellos donde una o pocas corporaciones trasnacionales monopolizan el desarrollo; y/o dependientes, cuando el desarrollo, la creación y la venta están en manos de tour operadores externos, y el organismo/gobierno local solo cumple con el rol promotor/coordinador e inversor de infraestructuras. El predominio económico, social y cultural corresponde al capital transnacional en la oferta que ejerce el liderazgo y el predominio estratégico; la fuerza laboral local participa básicamente como empleo de baja calificación, pudiendo, en algunos casos, quedar comprendida dentro de la precariedad laboral; se produce una expropiación de los espacios turísticos locales a partir de otorgarlos para su aprovechamiento y explotación a actores económicos privilegiados, y hasta se llega a su privatización bajo el control corporativo, lo que es plausible de generar mayores efectos ambientales –desatención y afección del ecosistema–, sociales y culturales negativos, produciendo tanto grandes desequilibrios como externalidades negativas. Son los modelos dominantes y se encuentran arraigados en muchos países de América Latina y El Caribe. Esta alternativa busca maximizar las utilidades y en las últimas décadas remitió una importante cantidad de ingresos del turismo desde los países menos desarrollados (producidos por las empresas trasnacionales) como consecuencia del conocido efecto fuga, favorecidos por las propias normas flexibles de esos gobiernos que permiten transferir sus utilidades al exterior -en general a países desarrollados–, en algunos casos sin poner ningún tipo de límite y desde donde también se provee un alto porcentaje de los productos necesarios para prestar los servicios.
Hay que añadir que en la mayoría de los viajes “todo incluido”, cerca del 80% de los gastos de los turistas son retenidos por las líneas aéreas, hoteles y otras compañías internacionales –que tienen sus operadores y agencias en los países de origen de los pasajeros– y no por los negocios o trabajadores locales. Significativas cantidades de ingresos retenidos en el destino turístico son repatriados en alguna de las transacciones.
De todo lo señalado se desprende que en el desarrollo del turismo conviven modelos y posturas más o menos favorables para los países. Por esto, es importante entender que este sector no es beneficioso o perjuicioso per sé, sino que lo uno o lo otro dependerá de la ideología y del modelo de desarrollo que se instrumente. Allí radica el problema y es donde corresponde colocar el acento con la debida atención.
Con respecto a América Latina, desde hace décadas sus países quedaron comprendidos dentro de los procesos de internacionalización del turismo y muchos comenzaron su consolidación como consecuencia de numerosas acciones e intenciones, en gran parte impulsadas por un conjunto de doctrinas desde los organismos internacionales como NU que, casi desde sus orígenes ideó al turismo como factor de desarrollo. Sin embargo, y contra lo que se cree en este sector, no se trata de un fenómeno espontáneo y no se produce desordenadamente, por obra de una demanda incontrolable. Es el resultado y se desarrolla impulsado por un potente aparato de promoción turística que recibe el apoyo de las más altas instituciones internacionales como la UN, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, la Unesco, la OMT (Lanfant, en Icaza 2017). Se acepta que, de algún modo, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el turismo y los viajes Internacionales conocida como la Conferencia de Roma de 1963, es la que puso de manifiesto la capacidad y fuerza de ese tipo de organismos para, por un lado, dar forma a un modelo hasta entonces novedoso de desarrollo del turismo, entendiéndolo como un factor de desarrollo económico especialmente pensado así para los países subdesarrollados y, por otra parte, para lograr expandir dicha noción al resto del mundo (Icaza, 2017). Para el autor, a partir de esa conferencia el turismo tendrá un papel de trascendencia al permitir demostrar las virtudes del libre comercio, de los patrones de consumo capitalistas y de los modos culturales occidentales. Sostiene que en ella se sentaron las bases conceptuales y teóricas del desarrollo del turismo mundial, prácticamente hasta la actualidad y que, entre una de sus premisas, incluyó que el turismo es un factor determinante para zonas poco desarrolladas y carentes de recursos, en las que quedó comprendido el subcontinente latinoamericano. Es así que desde los años 60, el turismo en la región asumió su impronta desarrollista. Se lo ubicó como parte del modelo de desarrollo capitalista hasta asignársele una posición privilegiada respecto de sus beneficios transformadores de las sociedades. El turismo fue visto como un potente inductor del crecimiento económico y se sostuvo en modelos de crecimiento permanente, avanzando sobre los territorios considerados periféricos. A partir de la década del 70, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), implementó sus primeras intervenciones en proyectos e inversiones destinadas al desarrollo del turismo de la región, desde el diseño de la primera política o conjunto de directrices para el sector. Financió la construcción de obras de infraestructura y de hotelería, orientó sus proyectos hacia la capacitación de la población para promover su inserción en el mercado laboral, la puesta en marcha de proyectos para la mejora de la gestión institucional y administrativa del desarrollo del turismo, y continuó sus inversiones en infraestructura. La Organización de Estados Americanos (OEA) tuvo un desempeño importante e incorporó un departamento de turismo que se ocupó de los proyectos que financiaba el BID. Bajo el auspicio de la OEA se creó el Centro Interamericano de Capacitación Turística (CICATUR) entre 1973 y 1980, destinado a la formación y capacitación de funcionarios públicos y profesionales del turismo para que contribuyeran a la correcta aplicación de los proyectos financiados por el BID, y a realizar la transferencia del saber-hacer metodológico y conceptual en la planificación del turismo, que en la región perduró durante décadas. Mientras que España, que había instrumentado las doctrinas propuestas por los organismos internacionales para incorporar el turismo como factor para su desarrollo económico, fue el país elegido para exportar la doctrina y trasplantar el modelo a otros países, en particular hacia los latinoamericanos. De ello se desprende la preponderancia del modelo turístico español en toda la región que repercute, con sus pros y sus contras, hasta la actualidad. Tiempo más tarde, la OMT realizó –y realiza– numerosas misiones de asistencia técnica en los países latinoamericanos que incluyen desde la formulación de planes de desarrollo del turismo, hasta la transferencia de metodologías y capacitación, determinando (estandarizando) el saber-hacer metodológico y conceptual para el desarrollo del turismo.
De esta forma, si bien América Latina viene teniendo interesantes tasas de crecimiento del turismo (diferenciales según los países), no escapó a las influencias y metas occidentales del desarrollo. Toda la región quedó comprendida en la implantación de modelos y estrategias foráneas y no son pocos los países que adhirieron plenamente a los criterios de internacionalización propuestos. En algunos, el turismo se incorporó como un recurso estratégico más de carácter no extractivo. Gobiernos y empresas extranjeras en armonía con gobiernos y empresas nacionales –que garantizan entornos institucionales favorables a las inversiones extractivas con mínimas exigencias tributarias, sociales y ambientales–, obtienen los mayores porcentajes de beneficios y limitan su distribución a escala local, situación que tiende al no desarrollo y propulsa solo el crecimiento. En esos casos, prevalecen los intereses del gran sector corporativo y de su enriquecimiento, en detrimento de los de la ciudanía y de la preservación de los diversos recursos.
6 Se estima que el turismo es responsable de cerca del 10% de la actividad económica mundial y se mantiene como uno de los sectores de mayor crecimiento anual, por encima del crecimiento de la economía mundial, aún sin contabilizar los movimientos por turismo interno. Hay quienes creen que es el principal sector económico del planeta.
7Sin distinción entre los países de mayor y menor desarrollo, recientemente los casos más difundidos se encuentran en Europa, en ciudades como Barcelona (España) y Venecia (Italia), aunque son muchos más.
El concepto de desarrollo se vinculó a determinados enfoques y teorías, en general orientados a la dimensión económico-material. El paso de las décadas produjo nuevos pensamientos de carácter holístico desde una concepción más integral del desarrollo, los cuales suscriben al paradigma neo-desarrollista.
Concretamente, América Latina atravesó diferentes enfoques ideológicos del desarrollo e hizo propias las ideas y metas occidentales, implantando modelos y programas mediados por procesos de internacionalización. En la práctica, influyeron notablemente en el sector del turismo que fue percibido como un potencial inductor para el crecimiento económico. Numerosos países incorporaron al turismo tanto al discurso como a sus perfiles de producción y desde distintos enfoques de desarrollo hasta llegar, en algunos casos, a las mayores ambiciones depositadas como el gran pilar desarrollador y como la instancia objeto de todo desarrollo.
La contribución del turismo a la diversificación de la matriz productiva de muchos países y a su potencialidad para las economías nacionales ligado estrictamente al proceso económico, no está en discusión. Lo que aquí se pone de manifiesto es que su importante crecimiento no necesariamente garantiza el desarrollo de las sociedades en donde el turismo se implanta. Por ello, a partir de la amplia experiencia transitada, en la actualidad no es posible aceptar un único prototipo para su desarrollo sino que hay que repensar los más apropiados para los distintos territorios -teniendo en cuenta sus particularidades socioculturales, ambientales, de recursos, políticas, organizacionales, u otras– a fin de lograr una mayor autonomía en sus alternativas de desarrollo y en sus posibles beneficios en tanto meta para su progreso.
Tanto es así que, como reconoce Jordi Gascón, la instancia de desarrollo actual está siendo cuestionada, y no basta con establecer mecanismos correctores de los modelos dominantes del turismo, como se suele enunciar. Porque, dice, que el problema son esos propios modelos que por su naturaleza son insostenibles, propician la concentración de la riqueza y enajenan los recursos necesarios para el desarrollo de los sectores económicos esenciales.
Debido a ello, se hace necesario cuestionar si los modelos de referencia de las últimas décadas ya no lo son en la actualidad. ¿Por qué la región continúa copiando a los países centrales que por entonces sirvieron de ejemplo para el desarrollo del turismo? ¿Es conveniente que las estrategias para su desarrollo continúen imponiéndose extra territorialmente desde los organismos internacionales y/o desde los países centrales? ¿Será posible definirlas desde adentro de cada territorio y a partir de lograr mayores acuerdos y consensos con las poblaciones residentes? ¿Cuáles son los modelos más adecuados que se deben implementar para que el sector se convierta en un instrumento de desarrollo bien entendido? La propia región debería encontrar las respuestas a partir de pensar, analizar y reflexionar sobre otras perspectivas posibles de instrumentación de ideologías-modelos-estrategias para su desarrollo, teniendo en cuenta los nuevos parámetros que requieren los tiempos actuales. Como último aporte, se sostiene que una respuesta objetiva a los interrogantes planteados debería asumir que la promoción del turismo tiene que involucrar y articular varias dimensiones: la política, que debe tener una visión integrada; el aparato de gobierno y la buena gobernanza; la sociedad residente, en tanto actores sociales, políticos y económicos que interactúan en su ámbito territorial y deben tener participación y decisión en las instancias de desarrollo a instrumentar; y sobre todas ellas, una dimensión ideológica, desde un enfoque endógeno que permita determinar el modelo o tipología de desarrollo a implantar y por lo tanto, prever sus beneficios y/o perjuicios.
Como reflexión final, se esboza que el planeta atraviesa un cambio disruptivo de época. El principal e inmediato desafío del turismo es encontrar el camino más apropiado para que los resultados que se obtengan de su desarrollo sean más equitativos, den respuesta a las demandas de las sociedades y tiendan a revertir, en muchos casos, el camino del mal desarrollo del turismo, confiriéndole el verdadero estatus para el progreso.
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