Ficciones peligrosas. Un cuento premiado y sus consecuencias en el Uruguay de Bordaberry: “El guardaespaldas” de Nelson Marra
Dangerous fictions. An Award-Winning story and its consequences for Uruguay during the goverment of Bordaberry:
Rodolfo OviedoEn febrero de 1974 fue incluido en el semanario Marcha el cuento El Guardaespaldas de Nelson Marra. Previamente, había sido elegido ganador en los Premios Marcha del año anterior y era habitual que las obras vencedoras fueran publicadas dentro del semanario o en la Biblioteca de Marcha (1969-1974). 1
Uruguay en ese momento estaba gobernado por una dictadura, presidida por el civil Juan María Bordaberry del Partido Colorado, pero que respondía al poder militar. El presidente había vencido en las elecciones de 1971 y en junio de 1973 pactó con las Fuerzas Armadas continuar en el mando a cambio de la disolución del parlamento, la proscripción de los partidos políticos y la vía libre a las fuerzas de seguridad para reprimir opositores.
En realidad el golpe de 1973 fue la desembocadura de una crisis económica, política y social iniciada a mediados de los años cincuenta. Hacia 1955 llega a su fin un proceso de bienestar económico del cual Uruguay se había beneficiado, gracias a las exportaciones de productos alimenticios durante la Segunda Guerra Mundial y la década que siguió luego de la victoria de los Aliados. Hacia 1955 el mercado interno llega a su tope de consumo e inversión, la industria nacional comienza a tener dificultades para competir en el mercado internacional con lo cual el país finaliza su etapa expansiva del modelo de sustitución de importaciones. Así, se inaugura una fase que duró décadas en la cual se observa un incremento de la deuda externa, alta inflación, estancamiento de la producción industrial y una negación del Estado de obtener recursos de los sectores de mayores ingresos (Torres Torres, 2012, p. 26). A esto se le debe agregar una crisis en el desarrollo del sector agrario que va a producir un éxodo desde los pequeños pueblos hacia las grandes ciudades, sobre todo a Montevideo, que a su vez no estaba en una posición privilegiada ya que paulatinamente fueron cerrando industrias importantes como los frigoríficos Swift y Artigas en 1957.
Esta crisis económica se agravó al tener efectos políticos y sociales. En 1958 venció en las elecciones el Partido Nacional, luego de 92 años de gobierno de su rival el Partido Colorado. La base electoral de “los blancos” (como se denomina coloquialmente al Partido Nacional) se compuso de los perjudicados por la crisis económica, los habitantes de las áreas suburbanas y barrios obreros en Montevideo y de los pueblos agrícolas que sufrieron las consecuencias del estancamiento de la economía y el éxodo en el interior. El nuevo gobierno tomará medidas de austeridad para hacerle frente a la crisis económica, como la aprobación de la Reforma Cambiaria y Monetaria de 1958 que favoreció al crecimiento del sector agrícola y ganadero en detrimento del industrial.
A causa de esto se produce un cuestionamiento por gran parte de la población y, sobre todo, por muchos intelectuales al pensamiento común de que Uruguay era un “país excepcional”, en consonancia al ideario batllista. Esta creencia tiene su origen en las medidas progresistas tomadas durante las presidencias de José Batlle y Ordóñez (1903-1907 y 1911-1915) como la Ley de Divorcio, el derecho a huelga, la reducción de la jornada laboral a 8 horas y la creación de un sistema de jubilaciones que convirtieron a Uruguay en un pionero en democratización social a nivel mundial. A su vez, la integración relativamente pacífica de los inmigrantes a la sociedad local, la ausencia de conflictos étnicos y la estabilidad económica y política 2 creó entre la población la conciencia de que Uruguay era una “excepción” positiva en América Latina, cuyos efectos duraron hasta la década del cincuenta.
Muchos intelectuales eran críticos de la creencia de Uruguay como país excepcional y mencionaban que a pesar de la estabilidad democrática había una sociedad donde persistían desigualdades económicas marcadas y una dependencia extrema del país de las grandes potencias. A partir de la década del cincuenta ganarían notoriedad ayudados por la crisis. Por ejemplo, Julio Castro, uno de los fundadores de Marcha postularía que “se volvía necesario cambiar la conciencia aparentemente ya confirmada de la excepcionalidad en Uruguay (...) por la conciencia de una cada vez menos excepcional condición del país teniendo en cuenta la avanzada imperialista que lo cercaba en la región” (Espeche, 2016, p. 103).
De esta forma nos acercamos hacia la década del sesenta caracterizada por una creciente desconfianza de la población en las instituciones democráticas y por una agudización de la violencia política tanto del gobierno como de sus opositores. En 1965 se fundó el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros,3 guerrilla nacionalista, socialista y anti-imperialista; inspirada sobre todo en la Revolución Cubana que buscó tomar el poder a través de la lucha armada. Además, durante esa década aumentaron las movilizaciones estudiantiles y el movimiento sindical se fortaleció a través de un proceso de unidad que se logró mediante la conformación de la Central Nacional de Trabajadores (CNT) en 1964, encargada de coordinar a los sindicatos afiliados a la Central de Trabajadores del Uruguay (CTU). En contraposición, el gobierno y las fuerzas de seguridad, con excusa de derrotar a la guerrilla, reprimieron duramente a los opositores y de a poco fueron recortando libertades. Así, las Fuerzas Armadas fueron tomando posiciones en el gobierno hasta conseguir el poder hegemónico el 27 de junio de 1973.
Por esta razón, la situación de la prensa era muy complicada en 1974. Cualquier artículo que no era del gusto del gobierno servía como excusa para la clausura de una publicación. No es de extrañar que el contenido del cuento de Nelson Marra, que incluía pasajes de abuso de poder de las FF.AA. (como torturas), denuncias de corrupción que tenían como protagonistas a los políticos y descripciones muy detalladas de escenas sexuales, sirviera como pretexto para que la dictadura decretara el cierre de Marcha.
1 Este trabajo está inspirado en mi tesina para obtener el título de Licenciatura en Historia de la UNQ, Tan ilustrados como valientes: política editorial y contexto en la Biblioteca de Marcha (Montevideo, 1969-1974) de 2018 dirigida por Margarita Pierini y en el trabajo final de la clase Historia, edición y divulgación dictada por Alejandra Giuliani y Susana de Luque de la Maestría en Historia Pública y Divulgación de la Historia de la UNQ.
2 De todas formas, no debe dejar de mencionarse que el país sufrió los efectos derivados del Crack de Wall Street y que hubo un golpe de estado en 1933, aunque la situación en ambos casos se recompuso relativamente pronto.
3 En adelante será mencionada como MLN-Tupamaros o Tupamaros.
El semanario Marcha fue fundado en 1939 por Carlos Quijano quien continuó (junto a Arturo Ardao y Julio Castro) al frente de la publicación hasta su clausura en 1974. El objetivo de sus integrantes era crear un medio de comunicación independiente para difundir sus ideas progresistas, democráticas, antifascistas y anti imperialistas. Con el tiempo, lograron más que la publicación de un semanario y Marcha se convirtió en un proyecto editorial que organizó eventos y premios.
Hacia la década del sesenta, coronaron su tarea primero al lanzar los Cuadernos de Marcha (1967-1974) que trataban temas que por su profundidad no podían ser discutidos en un semanario y luego la Biblioteca de Marcha (1969-1974) creada por Jorge Ruffinelli. Se trataba de una editorial oficial de Marcha en la cual se publicaron obras que iban desde el ensayo hasta la narrativa, ordenadas en colecciones que estaban organizadas según su temática o formato.4 Una de las secciones más importantes del Semanario Marcha fue Literarias. Se volvió central desde que estuvo a cargo de Emir Rodríguez Monegal. Desde sus páginas buscó construir el canon de una cultura nacional “que diera cuenta de tradiciones, en tanto que tradiciones provechosas” e intentó crear en la sección un espacio que serviría de base a los escritores de la región para repensar la cultura latinoamericana (Espeche, 2010, p. 213). Rodríguez Monegal presidió la sección desde 1945 hasta 1957 teniendo como filosofía privilegiar la noción de esencia literaria, es decir, valorar a la literatura en sí y no en su relación con la política.
En 1959 fue convocado Ángel Rama para dirigir la sección y estuvo en ella hasta 1968. Este período coincidió con la toma de conciencia política de la izquierda nacional y el acercamiento de gran parte de la población uruguaya a nuevas posiciones más emparentadas con el latinoamericanismo, sobre todo a partir del cuestionamiento de un segmento significativo de la población al mito popular creado a comienzos de siglo que consideraba a Uruguay un país excepcional por su ausencia de conflictos políticos y étnicos de importancia. Además, durante esta época se percibía por un lado un creciente autoritarismo gubernamental que desembocaría en el golpe de estado de 1973 y por otro, el país comenzaba a sentir el impacto a nivel geopolítico producido por el triunfo de la Revolución Cubana.
La sección Literarias cambió estructuralmente a partir del pensamiento de Rama, quien consideraba que toda obra debía analizarse en relación a su contexto de producción y buscaba explorar las posibilidades de cambio social que ofrecía la literatura. Es en esta época cuando surge el concepto de intelectuales comprometidos que, de acuerdo a Oscar Terán, define a aquellos que buscaban concebir “la propia función cultural íntimamente relacionada con el resto de la comunidad” dirigiéndose mediante una metodología de difusión popular ya no sólo a sus pares, sino a auditorios más amplios como los obreros, estudiantes, entre otros (Terán, 2013, p. 202).
En 1968 Rama se retira de la conducción de Literarias para dirigir la editorial Arca y dedicarse a la docencia. Así, queda a cargo Jorge Ruffinelli que continúa el rumbo planeado por su antecesor y amplía el proyecto cultural, creando la ya mencionada Biblioteca de Marcha (1969-1974) y los Premios Marcha (1969-1973) que tuvieron un papel fundamental en esta historia.
4 A modo de ejemplo, la colección Los Nuestros reunía biografías y ensayos dedicados a líderes latinoamericanistas; en cambio, Vaconmigo tenía obras de diferentes géneros y se caracterizaba por estar compuesta de libros que hoy llamaríamos “de bolsillo”.
La popularidad de Marcha no constituye un caso aislado, por lo tanto, resulta muy interesante el estudio del mundo editorial uruguayo (sobre todo montevideano) entre las décadas del sesenta y setenta para comprender el crecimiento de ese proyecto durante aquellos años. De acuerdo con Alejandra Torres (2012) la década del sesenta representó un “boom” del campo editorial en Uruguay por varias razones. Entre ellas la presencia de los integrantes de la Generación del 45 (de la cual podemos mencionar, entre otros, a Ida Vitale, Mario Benedetti, Idea Vilariño) y su labor de creación de un canon literario en la sección Literarias de Marcha; por el aumento de la demanda de libros por parte de una sociedad que accedía más fácilmente a la educación secundaria y universitaria; por estrategias del gobierno para favorecer a las editoriales locales mediante exoneración de impuestos y líneas de crédito preferenciales y por la creación de estrategias para la difusión del libro local como la inauguración de la Feria del Libro y el Grabado y la difusión de escritores jóvenes y la construcción de una nueva mirada sobre la literatura latinoamericana y universal.
De esta forma, se fueron creando diversas editoriales y aumentó la popularidad de otras fundadas antes de la década del sesenta. Entre ellas podemos mencionar a Alfa, creada por el español Benito Milla en 1958. En sus 18 años de existencia se publicaron 9 colecciones, entre ellas Letras de Hoy dirigida por Ángel Rama y dedicada a obras de autores uruguayos contemporáneos y Libros Populares compuesta exclusivamente por libros de bolsillo.
Otra editorial importante fundada en aquellos años fue Arca (1962-1973) creada por José Pedro Díaz y Ángel y Germán Rama. En sus colecciones publicadas podemos observar el interés de los editores por acercar al público novedades sobre todo escritas por autores de izquierda que adherían a la Revolución Cubana. Entre ellas podemos mencionar Bolsilibro (similar a Libros Populares de Alfa) cuyo objetivo era publicar libros económicos y fáciles de transportar. Otra colección memorable de esta editorial fue Narradores de Arca en la cual se incluyeron títulos de autores uruguayos contemporáneos como Armonía Somers junto a otros que pertenecían al boom de la novela latinoamericana.
Por su parte, Ediciones de la Banda Oriental fundada en 1961 y aún activa, publicó en sus diversas colecciones una gran cantidad de obras literarias, ensayísticas o históricas que buscaban afianzar una conciencia nacionalista algunos, latinoamericanista otros y en algunos casos ambas, para una sociedad que necesitaba “entender qué pasó en un país que se creía a salvo de las tragedias latinoamericanas” (Peyrou, 2016, p. 277).
Otra editorial importante fue la ya mencionada Biblioteca de Marcha (1969-1974), a cargo de Jorge Ruffinelli, que publicó nueve colecciones. Entre ellas Los Nuestros en la cual buscó crear un panteón de héroes y personajes notables latinoamericanos que habían luchado por la liberación tanto en el campo político, militar, cultural o social. 5
Otros emprendimientos editoriales de renombre que existieron entre aquellos años fueron Capítulo Oriental, compuesta por fascículos y libros de bolsillo publicados por el Centro Editor de América Latina que buscaron brindar un panorama de la literatura tradicional y moderna del Uruguay; Nuestra Tierra, fascículos coleccionables donde académicos trataban temas históricos, geográficos, sociológicos y políticos nacionales de forma amena; la Enciclopedia Uruguaya, también en forma de cuadernillos cuyo mayor inspirador fue Ángel Rama; y los Cuadernos de Marcha, que trataban un tema diferente en cada edición a cargo de diferentes referentes y especialistas en la materia.
5 Una mención de alguno de los títulos nos da una idea de la tendencia de la colección Los Nuestros y del espíritu de la Biblioteca de Marcha: Artigas (1969) por Oscar Bruschera; Helder Camara (1969) por Paulo Schilling; Yrigoyen (1971) por Manuel Claps y Bolívar (1974) por Germán Carrera Damas.
Durante la década del sesenta era usual que las editoriales crearan concursos para premiar cuentos, ensayos y novelas. Era una forma de tener un diálogo con el público, al habilitar una instancia donde los lectores podían convertirse en autores y, además, una excelente forma de conseguir nuevo material de calidad para publicar. Dentro de la sección Literarias del semanario Marcha regularmente aparecían en forma de publicidad o como artículos convocatorias a diferentes premios que realizaban las editoriales más prestigiosas del país, entre ellas por ejemplo, había un recordatorio en la edición nº 1463 (Marcha, 19-9-1969, p. 4) del Premio de los jóvenes 1969 de la editorial Arca y de los certámenes organizados por Ediciones de la Banda Oriental, en las categorías de historia, narrativa, ensayo y cuento infantil.
Es así que en 1969 se decide desde Literarias dar comienzo a los Premios Marcha. A través de los años, este galardón fue aumentando su prestigio, entre otras razones por la calidad de obras presentadas (muchas de ellas luego publicadas en la Biblioteca de Marcha), por la importancia de sus jurados (Juan Carlos Onetti, Carlos Real de Azúa y Ángel Rama por nombrar algunos) y por la consolidación de Marcha como un proyecto cultural regional, cuyas publicaciones eran leídas en todo el mundo (Peirano Basso, 2001, p. 40). Además, en consonancia con el clima de época, repetidas veces los jurados aclaraban que algunas obras habían sido premiadas, no solo por su calidad literaria sino también por la crítica social que contenían. Con lo cual el autor ganador obtenía prestigio en el campo cultural y también en el político.
La primera edición de los premios fue organizada para conmemorar los 30 años del lanzamiento del semanario Marcha. En un principio tuvo dos categorías, Ensayo y Novela (cada una de ellas dividida en dos, para menores de 30 y otra para autores de 30 años en adelante); pero en las ediciones posteriores se eliminaron las discriminaciones de edad y se agregaron categorías como Cuento o Poesía.
Los premios ayudaron a difundir la labor de jóvenes escritores como Cristina Peri Rossi, Mario Levrero y Hugo Giovanetti Viola. Sus obras fueron publicadas en la Biblioteca de Marcha, en el semanario Marcha o en otras editoriales que seguían de cerca el dictamen de los premios.
La edición 1973 de los premios tuvo muchas complicaciones. Sobre todo porque, aunque el proyecto gozaba de prestigio en toda la región, habían comenzado los problemas económicos para la publicación debido a que durante ese año el semanario Marcha fue censurado varias veces y muchas ediciones secuestradas por el gobierno, generando gastos que hicieron muy difícil seguir publicando. Finalmente pudieron volver a lanzar las diferentes publicaciones aunque del concurso que se anunció en un número de mayo (Marcha, 17-10-1973, p. 31) recién se pudieron conocer los veredictos a finales de diciembre de la categoría Ensayo (Marcha, 28-12-1973, p. 31) y a comienzos del año siguiente de la categoría Cuento (Marcha, 11-1-1974, p. 23).
El ganador de esta última categoría fue El Guardaespaldas de Nelson Marra (1942-2007). No se trataba de un escritor debutante en 1974. Ya había publicado dos libros de poesía (“Los patios negros” en 1964 y “Naturaleza muerta” en 1973); uno de ensayos (“Eurípides, una visión de su entorno” en 1970) y uno de cuentos (“Vietnam se divierte”, en 1970). Además había colaborado como crítico literario en el periódico Época 6 y era profesor universitario. En el dictamen, la mención a este cuento estaba acompañado de una aclaración que quiso agregar Juan Carlos Onetti: “aun cuando es inequívocamente el mejor, contiene pasajes de violencia sexual desagradables e inútiles desde el punto de vista literario” (Marcha, 11-1-1974, p. 23). A pesar de la aclaración, el cuento fue publicado en la sección Literarias semanas después.
Hugo Alfaro, jefe de redacción de Marcha, contó años después en su libro Navegar es necesario (Alfaro, 1984, pp. 113-116) que la publicación del cuento fue resultado de una serie de malentendidos que finalizaron en una tragedia. En primer lugar, dos días antes de la salida del semanario Marcha, la COPRIN7 permitió un aumento de su precio. Para no causar descontento en el público, Quijano decidió que esa edición tuviera ocho páginas más. Y como tenían poco tiempo para llenar ese espacio, Alfaro propuso a Quijano publicar El Guardaespaldas en Literarias:
Yo arriesgué: -Está el cuento... -¡Claro! ¡El cuento! Ya son como cuatro páginas menos. ¿Sabe dónde está? Mándaselo a Gerardo al taller. Podemos hacer una más de lectores, la guía de espectáculos se puede agrandar, y las dos páginas que faltan las consigo yo. (Alfaro, op. cit, p. 113)
Marra sabía que la publicación de su cuento iba a generar malestar al gobierno y graves problemas a Marcha. Es así que insistió en hacer cambios al cuento, probablemente eliminar las escenas de tortura o de sexo explícito, pero era jueves y ya habían enviado la edición a la imprenta. Días antes, Onetti había vuelto a advertir el peligro de publicar el cuento y le ordenó a Ruffinelli: “Decile a Quijano que el cuento no debe publicarse sin que él lo lea” (Ibid, p. 116). Pero el director de Literarias estaba preocupado por un viaje a México que tenía que hacer de urgencia y olvidó esa advertencia.
Finalmente, salió el número 1671 (Marcha, 8-2-1974, pp. 28-31) del semanario con El Guardaespaldas, sin modificaciones del original, a dos páginas. La edición fue confiscada y fueron encarcelados Nelson Marra; dos de los jurados que premiaron el cuento, Mercedes Rein y Juan Carlos Onetti; el director de Marcha, Carlos Quijano y el redactor responsable, Hugo Alfaro. El pretexto que dio la justicia era que habían causado “vilipendio a las Fuerzas Armadas”. Jorge Ruffinelli que había sido el tercer jurado en la categoría Cuento, pudo salvarse debido a que aún se encontraba en México, donde decidió pedir asilo porque el gobierno uruguayo le negó la entrada al país (y se la siguió negando hasta 1985, año en que volvió la democracia). En mayo de 1974 liberaron a todos, excepto a Marra que siguió cuatro años más en prisión. Luego de su liberación, contó una escena muy particular y tragicómica de cuando fue interrogado por un coronel, que lo quería obligar a confesar que era miembro del MLN-Tupamaros:
-¿Quién le influyó para escribir esto? Le miré fijamente y le respondí: -Creo que la influencia principal es la de Vargas Llosa. El coronel dejó el cuento sobre la mesa y gritó al ayudante: -¡Requiéranme inmediatamente a mi presencia a ese Vargas Llosa!” Se irritó mucho cuando tiempo después volvió el ayudante y le dijo: -Dicen que ese Vargas Llosa es escritor, peruano, vive en España y no tiene nada que ver con los Tupamaros (Marra, 1985, p. 11)
Pero no todos los interrogatorios fueron simples intercambios de palabras. También fue torturado duramente, como confesó años más tarde José Calace, quien era agente de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia. Estuvo presente mientras el policía a quien denomina en su libro con el nombre de Vaz picaneaba a Marra en La Casona 8:
El escritor yacía desmayado mientras el doctor trataba de reanimarlo para que pudiera, por lo menos, sufrir un poco más. Aquella noche terminó con Vaz fuera de sí encarnizándose con el testículo inflamado y gritando: ¡Hay que terminar de una vez con los ideólogos! (Calace, 1990, p. 17).
Luego de las torturas fue llevado al Penal de Punta Carretas y en 1978, tras su liberación, decidió exiliarse en Suecia y más tarde en España, donde falleció en 2007. A estas alturas del relato cabe preguntarse qué escribió Marra en El Guardaespaldas y qué fue lo que le molestó realmente al gobierno de facto y sus defensores para ensañarse tanto con un escritor.
6 El periódico Época fue, junto a El Sol, uno de los primeros en ser censurados. En diciembre de 1967, a una semana de asumir la presidencia, Jorge Pacheco Areco del Partido Colorado firmó un decreto en el que ordenaba su clausura, junto a la ilegalización del Partido Socialista, de la Federación Anarquista Uruguaya, entre otros.
7 Siglas de la Comisión de Productividad, Precios e Ingresos, organismo creado en diciembre de 1968 con el objetivo de detener la inflación y mejorar la calidad de la población. En 1978 fue promovida a Dirección Nacional y disuelta en 1990.
8 Centro clandestino de detención y torturas situado en Bulevar Artigas 1532. Se encontraba el Servicio de Información de Defensa desde 1970. Actualmente es sede de la Institución Nacional de Derechos Humanos y Defensoría del Pueblo (INDDHH).
El cuento comienza cuando un grupo de hombres y mujeres emboscan en la rambla al protagonista, un policía, el Pardo, que iba en su coche a Jefatura, y le disparan entre veinte y cien tiros. La historia está narrada en primera persona por él, quien agoniza en un hospital de Montevideo. Ahí se encuentra solo y rememora su vida.
De a poco irá intercalando escenas de su juventud con otras de su ascenso al poder. Así, sabremos que vivió en un barrio muy humilde9 donde jugaba al fútbol. Aquí aparecen sus primeros episodios de violencia:
Te sentís bien, me siento bien jefe, como le gritaste al entrenador ¿te acordás? De aquel equipo de barrio, allá en los cantegriles, después del bruto trancazo con el entreala que te quiso pasar la pelota por las piernas y vos antes de que se te fuera […] lo barriste y le quebraste la pata […] pero vos dejaste bien sentada tu calidad de macho, de centre-half fuerte y de capitán del equipito guerrero del Cantegril Norte (Marra, op. cit, p. 22).
Más adelante se refiere a su vida actual. Confiesa que también ejerce la violencia dentro de su casa. Vive en Carrasco, uno de los barrios más exclusivos de Montevideo donde atormenta a Rosa, su mujer y a Cecilia, su hija. Justifica la violencia física y psicológica a la que son sometidas diciendo que son sólo “gajes del oficio y que a cambio de eso ellas lo tienen todo: auto, casa confortable, dinero, buena ropa y todo lo que enloquecería a cualquier mujer” (Ibid, p. 25). Alude a esa razón también para legitimar actos de corrupción:
Qué importan los camiones oficiales que descargan la mercadería confiscada ante los pocos ojos atónitos que todavía quedan […] qué importa todo eso si Cecilia y Rosa lo tienen todo, si vos defendés la ley y el orden, si la mugre está del otro lado y los diarios lo dicen, los canales de TV lo comentan, las radios lo afirman y tus gobernantes mediatos o inmediatos están de tu parte (Ibid, p. 26).
En ese fragmento se puede observar cómo el personaje justifica su actitud corrupta invocando una especie de derecho adquirido por estar en lo que considera el lado del orden, luchando contra delincuentes o guerrilleros y se adjudica para sí el monopolio de la razón. Piensa que su postura es la correcta porque los medios de comunicación así lo dicen. Es pertinente mencionar que la corrupción del gobierno y las fuerzas de seguridad quedaron al descubierto cuando en 1969, el MLN-Tupamaros asaltó las oficinas de la Financiera Monty. Máximo Humbert (1969, pp. 28-29) relata que se llevaron varios documentos donde describían estafas y negociados sucios que implicaban a varios políticos que integraban el gobierno.
Más adelante el Pardo explica cómo logró salir del cantegril y convertirse en un policía rico y poderoso. Es aquí donde aparece el personaje de Don Carlos, quien le allanó el camino al poder. El protagonista confiesa que antes de conocerlo era un lumpen, un policía corrupto que se movía como pez en el agua en los bajos fondos de Montevideo, extorsionando a prostitutas y pungas, de forma muy violenta. Pero Don Carlos, un político muy importante con el que colaboraba, se acercó a la Jefatura de Policía y decidió contratarlo como su guardaespaldas personal. En ese momento comienza una transformación en el Pardo que va en consonancia con los cambios en la policía y en el Uruguay.
Entre fines de la década del sesenta y comienzos de la siguiente, la guerrilla MLN-Tupamaros se encontraba fortalecida y era apoyada por una parte muy importante de la población que ante la corrupción gubernamental y la imposibilidad de superar la crisis por las vías institucionales tradicionales vieron con buenos ojos las acciones de una guerrilla, sobre todo la clase media quienes “aportaron conocimientos profesionales y técnicos al movimiento, cuyo desarrollo se aseguraba en la parte material por asaltos a bancos e instituciones financieras en busca de dinero” (Nahum, 2014, p. 273). Además, en esos años aumenta el número y nivel de organización de las movilizaciones estudiantiles y las huelgas sindicales.
Es así que la policía comienza un proceso de especialización en lucha urbana y antiguerrillera, en la cual personajes como el Pardo serían fundamentales. Junto a los efectivos de las Fuerzas Armadas tomaban cursos impartidos por instructores estadounidenses donde enseñaban a torturar eficazmente para obtener información de los detenidos. El más conocido de estos “profesores” fue Dan Mitrione, un agente del FBI que fue asesor en la Jefatura de policía. El 31 de julio de 1970 fue secuestrado por el MLN-Tupamaros que exigió la excarcelación de 150 presos políticos a cambio de su liberación. Ante la negativa del gobierno, decidieron ejecutarlo 10. Marra menciona en su cuento este proceso de cambio en las fuerzas de seguridad:
Te enseñaron tipos que hablaban inglés y que tenían caras inteligentes, para que supieras cómo se iba a desarrollar la tortura, cuanto tiempo iba a durar, si era muerte o no, porque vos no sabías nada de eso, vos sólo sabías meter mano y todo era igual, uno dos uno dos, al estómago, al hígado, unas cuantas patadas en los huevos […] (Marra, Nelson, op. cit, p. 34).
Así, el Pardo comienza a trabajar en la legalidad como policía y una vez finalizado su turno, actúa como guardaespaldas de Don Carlos y como jefe de un escuadrón parapolicial destinado a torturar y asesinar militantes de izquierda. Durante esa época existieron grupos como Defensa Armada Nacionalista o el Comando Caza Tupamaros. Estaban conformados por civiles, militares y policías. Su objetivo principal era acabar con el MLN-Tupamaros, aunque también torturaron y asesinaron a militantes estudiantiles, abogados defensores de presos políticos y otros opositores al gobierno. Al protagonista esas “horas extras” le proporcionan la mayor parte de su sueldo, el respeto de los líderes del partido gobernante y otras recompensas como citas con escorts con las cuales le es infiel a su esposa. El Pardo se siente orgulloso de pertenecer a una organización que desde la sombra ejerce una represión inhumana contra sus enemigos y describe el funcionamiento de la banda parapolicial para la que trabaja:
Ya no eras un vulgar perseguidor de delincuentes comunes […] eras el jefe, el inspector, el amor de una brigada siniestra y negra que tenía nombre propio y se mencionaba con terror cuando tu veloz carro negro -de fajina, claro-, sin chapa identificatoria, devoraba, irracionalmente, el asfalto, imponía su presencia letal, por sus ventanas emergían relucientes caños que atronaban las calles, vulnerando puertas, ventanas, cristales, muchachos, mendigos (Marra, Nelson, op. cit, p. 43).
Más que lo expuesto anteriormente, los miembros de la dictadura consideraron insultante el cuento de Marra cuando relata que a la salida de una fiesta, Don Carlos alcoholizado le pide al Pardo que lo lleve a un departamento que tenía en el centro. En el ascensor comienzan a besarse, terminan teniendo relaciones sexuales y el autor lo relata detalladamente (Ibid, pp. 36-37). La descripción de esta escena era considerada inmoral para un gobierno conservador que condenaba como anormal la homosexualidad.
En adición, al leer esta parte del cuento y uniéndolo al resto, muchos se dieron cuenta de que Marra se había basado para recrear la vida del Pardo en la historia del inspector Héctor Morán Charquero, asesinado por el MLN-Tupamaros en 1970 en la rambla del Parque Rodó 11 (Anguita y Caparrós, 2006, pp. 548-549). Un tiempo antes de ser ametrallado había sido denunciado como torturador luego de una investigación parlamentaria en la cual “numerosos testimonios lo señalaban como responsable de aplicar castigos corporales especialmente crueles a los detenidos sospechosos de pertenecer al grupo sedicioso” (“Montevideo, cuando Morán Charquero fue ejecutado”, 2004, 13 de abril). José Calace cuenta en su libro que cuando aplicaban la picana a Marra, Alberto Ballestrino, uno de los líderes de La Casona lo interrogaba sentenciando que su cuento agraviaba a Morán Charquero y el resto de los policías opinaba:
-¿Quién te ordenó hacer esa historia? -¿No sabés que ella es un atentado contra la moral de un tipo como Morán? En voz muy baja todos comentábamos que Morán “era flor de delincuente” (Calace, op. cit, p. 17)
Finalmente el Pardo reflexiona sobre lo irónico de la situación antes de morir. Él que creía ser invulnerable y protegido por el anonimato, es ametrallado con saña a pleno día, en el centro de la ciudad:
Todo intento de defensa es vano, porque ya las metralletas y los revólveres se vacían en tu cuerpo […] ya todo es sangre, olor a carne quemada, chamuscada, podrida y aferrarse a otra realidad que no sea esa realidad es gratuito, como lo es ahora aferrarse al sueño, a la anestesia que ya no sirve, al sueño en la sala vacía (…) en una nueva locura en la sala de soledad, estira la pata para poder caminar, pero es en vano. (Marra, Nelson, op. cit, p. 45)
Marra hace un juego de palabras porque el Pardo quiere tirar la pata, caminar, pero lo que sucede es que termina estirando la pata 12. Muere solo, nadie lo viene a visitar. Pero antes sufre mucho dolor, como el que sintieron los guerrilleros que asesinó o como el que padecieron su esposa y su hija a causa de las golpizas que les propinaba cuando se desataba su furia.
9 En Uruguay denominan cantegril a un barrio de viviendas precarias y con deficiencias de infraestructura. Un equivalente de la villa miseria argentina o la población chilena.
10 El aclamado y polémico film de Costa Gavras, Estado de sitio (1972) tiene un guión inspirado en el secuestro de Dan Mitrione.
11 En La Voluntad (Tomo 3) de Eduardo Anguita y Martín Caparrós se menciona el cierre de Marcha haciendo referencia al episodio: “La censura decía que El Guardaespaldas era pura pornografía y por lo bajo, todos los uruguayos comentaban que la ficción se inspiraba en el inspector de policía Héctor Morán Charquero, muerto por los Tupamaros cuatro años antes y conocido no sólo por represor sino también por su intensa relación sexual con un ministro”.
12 Expresión utilizada en varios países hispanoparlantes para referirse al acto de morir.
Luego de su liberación, los miembros de Marcha volvieron a publicar el semanario. El primer número luego del affaire Marra fue el 1672, lanzado el 24 de mayo de 1974. Pero los problemas económicos se habían agudizado en esos tres meses debido a la acumulación de deudas. Además, muchos de los redactores y lectores se habían exiliado a causa del endurecimiento de la dictadura. Pero la mayor complicación para publicar era la censura ejercida por el gobierno de facto y legitimada por un decreto promulgado en junio de 1973 que entre otras medidas establecía:
Prohíbese la divulgación por la prensa oral, escrita o televisada de todo tipo de información comentario o grabación que, directa o indirectamente, mencione o se refiera a lo dispuesto por el presente decreto atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo, o pueda perturbar la tranquilidad y el orden público (Marcha, 9-11-1974, p. 2).
La cita anterior fue extraída del número 1674 del semanario, el posterior a la edición de mayo, debido a que otra vez Marcha había sido censurada y no pudieron volver hasta noviembre. En la segunda página publicaron, seguramente por orden del gobierno, el decreto nº 3 que establecía límites a la libertad de expresión. En simples palabras, se prohibía llamar dictadura a un gobierno que cumplía todos los requisitos para ser denominado así y se ordenaba clausurar todo medio de comunicación que poseyera espíritu crítico, ya que “perturbar la tranquilidad y el orden público” era una frase con un significado tan laxo que cualquier artículo periodístico podía entrar en esa categoría.
Como si no fuera suficiente, el gobierno utilizaba la Ley de Seguridad del Estado, aprobada en 1972, que aplicaba penas de hasta 20 años de cárcel a aquel que “ejercitase actos susceptibles, por su naturaleza, de exponer a la república al peligro de una guerra o sufrir represalias” (Marcha, 9-11-1974, p. 2.). En julio de 1974 el Ministerio del Interior lanzó un comunicado recordando la vigencia de esta ley y aclarando que iba a ser aplicada preferencialmente a aquellos medios de comunicación que tenían circulación en el exterior, como Marcha.
Finalmente, el gobierno decidió clausurar definitivamente la publicación y el último número del semanario fue el 1676, publicado el 22 de noviembre de 1974. Gran parte de sus miembros emprendieron el camino del exilio; Carlos Quijano desde México lanzó la segunda época de los Cuadernos de Marcha: falleció allí en 1984, un año antes del fin de la dictadura. En 1985 varios de los miembros de Marcha volvieron del exilio y decidieron fundar el semanario Brecha, que continúa publicándose hasta la fecha.
Por su parte, Nelson Marra luego de ser liberado se exilió en Suecia donde trabajó en la prensa y haciendo labores de traducción; en 1980 integró el jurado del Premio Casa de las Américas. En España trabajó como crítico literario, integró la redacción de la revista Interviú y el diario El Mundo y publicó varios libros. Durante sus últimos años sufrió del mal de Alzheimer y falleció en 2007.
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