Necesidad de repensar los objetivos del desarrollo
Need for rethinking development objectives
Vera MignaquiA partir de mediados del siglo XX las actividades de los seres humanos empezaron a impactar en el ecosistema terrestre de manera significativa, en principio alertados por el aumento de la temperatura mundial debido al aumento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera (IPCC, 2014) pero luego identificando tendencias insostenibles en distintas dimensiones ambientales (Rockstrom et al, 2009; Steffen, 2015).
Como ejemplo pueden considerarse las áreas estudiadas por Rockström (2009) y Steffen (2015): la carga de aerosoles en la atmósfera; la disminución del ozono estratosférico; la contaminación química en general y en particular de especies nuevas o creadas por el ser humano; acidificación del océano; consumo y alteración del ciclo del agua; cambios en el uso de la tierra; alteración de los ciclos biogeoquímicos, en particular del fósforo y el nitrógeno; la pérdida de integridad de la biósfera; y el cambio climático; (Rockström et al., 2009; Steffen et al., 2015), estos últimos cuatro ya han pasado niveles seguros y están en niveles de creciente o alto riesgo e incertidumbre (Steffen et al., 2015). Las causas detrás de esta alteración radican por un lado en la expansión de la frontera agrícola alterando el uso de los suelos, con su consiguiente pérdida de biodiversidad y alimentado por los agroquímicos a base de fósforo y nitrógeno, modificando el ciclo natural de estos dos elementos (Rockström et al., 2009; Steffen et al., 2015). Por último, el cambio climático se debe al uso de combustibles fósiles y al aumento de la agricultura intensiva (Rockström et al., 2009; Steffen et al., 2015).
Otro ejemplo relevante es considerar el indicador de la huella ecológica sobre la biocapacidad (un indicador no oficial desarrollado por la Global Footprint Network) a partir del cual se observa también que estamos ante una tendencia general insostenible respecto de garantizar la estabilidad de las condiciones de vida en la Tierra. Al comparar las demandas humanas sobre el ambiente (la huella ecológica) versus la bio-capacidad de la Tierra, se estima que “ya se excedió en 25% la capacidad ecológica varios años atrás” (White 2007: p. 403) y puede verse también esta evolución cómo va empeorando desde los años 60s a la actualidad (Global Footprint Network, 2019). Nuestros niveles de consumo están por encima de la bio-capacidad de la Tierra, esto es que generamos degradación de los ecosistemas naturales al no permitir su regeneración natural.
Fuente: Global Footprint Network, 2019
Con foco en el cambio climático, el IPCC (2014) enumera algunos de los efectos que podemos esperar en caso que el aumento de la temperatura no logre revertirse, entre otros: aumento de inundaciones, eventos de temperaturas extremas, reducción en la disponibilidad de agua, reducción en cantidad y calidad de producción alimentaria, proliferación de enfermedades y aumento de mortalidad, pérdida de hábitat y biodiversidad, aumento de incendios forestales entre otros (IPCC, 2014).
La importancia de revertir estas tendencias radica en que sobrepasar los límites de funcionamiento natural de la Tierra podría modificar las condiciones de estabilidad del ecosistema terrestre y que incluso podría tener impactos catastróficos para la vida humana (IPCC, 2007 y 2014). A las mismas conclusiones llegan desde UNEP: “Mientras las presiones humanas siguen en aumento sobre el sistema terrestre, varios umbrales [ecológicos] críticos se están alcanzando o se han superado, más allá del cual podrían producirse cambios repentinos y no lineales a las funciones de soporte vital del planeta. Estos cambios tienen implicaciones importantes para el bienestar humano, ahora y en el futuro” (UNEP 2012: 194). Rockstrom agrega que: "Si se superan estos umbrales [ecológicos], entonces subsistemas importantes podrían cambiar a un nuevo estado, a menudo con consecuencias dañinas o potencialmente desastrosas para los humanos". (Rockström et al. 2009: p.472)
Estos cambios repentinos y no lineales podrían generar un nuevo estado dinámico del ecosistema terrestre, pero no se sabe bajo qué características y si las nuevas condiciones permitirían desarrollar la vida humana de la manera en que la conocemos. Existen varios estudios que comienzan a hablar de una nueva era geológica causada por la actividad humana, denominada Antropoceno (Foster, 2017), pero debido a la complejidad de la dinámica del ecosistema terrestre es difícil prever las características de dicha era. Así, la humanidad debería preocuparse por revertir estas tendencias por cuestiones éticas, ya que la actividad humana es la causante de estas variaciones, y por cuestiones de supervivencia.
La priorización de objetivos económicos nos llevó a tener una situación ambiental con tendencias negativas a nivel mundial al día de hoy con varios límites del ecosistema terrestre sobrepasados poniendo en riesgo la estabilidad de las condiciones de dicho ecosistema (Rockstrom et al, 2009; Steffen et al., 2015). Estos objetivos económicos implican el fomento al crecimiento constante e infinito (idealmente) de la producción y el consumo. El desarrollo económico de los países, seguido primordialmente con el PBI, suele implicar altos niveles de impacto ambiental (Mignaqui, 2014), ya que ese indicador no contabiliza de modo alguno los impactos ambientales de las actividades productivas ni de consumo. Este comportamiento genera que a nivel global presentemos un mal desempeño en términos de desarrollo sostenible (Mignaqui, 2014), en sus tres dimensiones: social, económica y ambiental. Incluso es llamativo que particularmente en la dimensión económica presentamos un mal desempeño, hay muchos países cuyos niveles de PBI están por debajo de los mínimos esperados para un buen desarrollo (Mignaqui, 2014).
El desarrollo económico se persigue hoy en día principalmente ligado a indicadores monetarios, ya sea el PBI, las cuentas nacionales en general a nivel país, como el beneficio a nivel empresas o el ingreso a nivel individuo. Sin embargo, estas medidas monetarias no consideran aspectos sociales, distributivos y ambientales.
Este acotamiento de los objetivos de desarrollo económico a indicadores monetarios solamente no fue siempre así. El comienzo de la economía como disciplina consideraba la distribución de recursos finitos e integraba la actividad humana al medio físico en el cual se desarrollaba. Fueron los fisiocrátas los “que instalaron el carrousel de la producción, del consumo, del crecimiento y demás piezas constitutivas de la idea usual de sistema económico“ (Naredo, 2001, p.3), como se entiende actualmente, y luego los “neoclásicos […] los que acabaron vaciando de materialidad la noción de producción y separando ya por completo el razonamiento económico del mundo físico” (Naredo, 2001, p.4).
Con la evolución histórica del PBI vemos que un primer crecimiento significativo fue en el periodo posterior a la Revolución Industrial, pero que la velocidad de crecimiento del mismo toma una mayor aceleración luego de 1950, fomentado también por la creación de instituciones internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y por medidas como las propuestas en el Consenso de Washington, así como el fomento al consumo masivo, al diseño de productos bajo conceptos de obsolescencia programada, la globalización de las operaciones de empresas multinacionales generando grandes oligopolios, aceleración en la extracción de recursos naturales, entre otros.
Nota: las escalas del eje x son distintas en la sección verde y en la blanca
Fuente: Elaboración propia en base a Piketty (2014)
Por lo que puede identificarse claramente que el deterioro ambiental que se materializa a partir de los años 60s se corresponde con el aumento del PBI que se da a partir de esos mismos años. Se observa que los deterioros ambientales se generan porque la velocidad de producción y consumo por la actividad económica humana supera la velocidad de recuperación de los sistemas naturales. Pero también puede observarse que revertir estas tendencias no implica necesariamente volver a estilos de vida pre-industriales si no a niveles de consumo y estilos de vida más cercanos a los años anteriores a los 80s, al menos observando los números a nivel mundial.
El tipo de crecimiento económico fomentado desde mediados del ciclo pasado es la causa de los deterioros ambientales que estamos ocasionando a nivel planetario. Un tipo de desarrollo económico que prioriza el consumo, la producción y los agregados monetarios por sobre indicadores de calidad de vida, desarrollo humano y calidad ambiental.
Esto podría justificarse desde una perspectiva social si hubiese generado una mejora en las condiciones de vida de la población. Pero esto fue a medias así… Por un lado, es cierto que en el mismo período creció la población a nivel mundial y la expectativa de vida (Banco Mundial, 2019). Sin embargo, esto no fue equitativo en las distintas regiones, habiendo grandes desigualdades de ingresos (Milanovic, 2012), de expectativa de vida, de educación, de consumo, de PBI, entre otros (Piketty, 2014; Banco Mundial, 2019). Para ilustrar estas desigualdades podemos ver, por ejemplo, los siguientes extremos:
*países con PBI per cápita (en dólares constantes del 2010) de menos de 500 y algunos de más de 50.000 (Banco Mundial, 2019), similares desigualdades se presentan en los niveles de consumo final de los países
*casi 10% de la población mundial viviendo con menos de 1,90 dólares diarios y 46% de la población mundial viviendo con menos de 5,50 dólares diarios (Banco Mundial, 2019)
*niveles de desigualdad entre individuos en el mundo de casi 70 puntos de Gini (Milanovic, 2012: 1)
*países con expectativa de vida al nacer promedio en torno a los 50 años y otros que superan los 80 (Banco Mundial, 2019)
Por lo que este aumento significativo de PBI a nivel mundial, traducido en un aumento de consumo, se vio principalmente en algunas regiones en particular: en Norteamérica y Europa, siendo los principales causantes de los impactos ambientales. Como bien resume UNEP (2012), “esta sobreexplotación de los recursos naturales que genera alteraciones en la dinámica del ecosistema terrestre está causada por niveles de consumo no sustentables, principalmente en Europa y América del Norte” (UNEP 2012: p.206). Es importante resaltar en este contexto que si bien tener altos niveles de consumo parece ser lo deseable para el desarrollo, pasado cierto nivel de consumo ya no genera mejoras en felicidad o satisfacción a nivel humano, como lo señalan las paradojas de Easterlinentre otras, donde indican que por encima de niveles de gasto mayores a los 10-15 mil dólares per cápita anuales los niveles de bienestar humano no se ven mejorados (Banco Mundial, 2012).
Así estamos ante una situación ambiental compleja y con tendencias negativas, una situación social desigual y dos regiones beneficiadas por las políticas económicas que benefician el desarrollo económico principalmente en términos monetarios que han sido las grandes causantes de la degradación ambiental, pero que dicho aumento en niveles de consumo no parecería traer mejoras en términos de satisfacción humana. Solucionar tanto los problemas ambientales como los sociales, implica repensar cuáles son los objetivos del desarrollo y dar cuenta que las decisiones de consumo que están teniendo regiones como Europa y América del Norte impactan en la dinámica ambiental, y social, a nivel mundial. Como lo expresó Redclift (2005): "Las personas definen sus 'necesidades' de maneras que excluyen efectivamente a otras de las suyas, y en el proceso pueden aumentar los riesgos a largo plazo para la sostenibilidad de los medios de subsistencia de otras personas. Sin embargo, lo más importante es que el proceso a través del cual ampliamos nuestras elecciones y reducimos las de los demás es en gran parte invisible para las personas en su vida cotidiana, aunque comprender este proceso es fundamental para nuestra capacidad de comportarnos de manera más "sostenible". (Redclift, 2005: p.70). Así mismo Maniates expresa que los ciudadanos preocupados por el medio ambiente debieran comprender el “problema del consumo". De esa manera, verían que “sus elecciones de consumo individual son ambientalmente importantes, pero que su control sobre estas opciones está limitado, moldeado y enmarcado por instituciones y fuerzas políticas que pueden ser ajustadas solo a través de la acción ciudadana colectiva, en oposición al comportamiento individual del consumidor” (Maniates, 2001: p.50). Lograr un cambio de esta magnitud “significa desafiar la visión dominante -la perspectiva de producción, tecnológica y orientada a la eficiencia que infunde definiciones contemporáneas de progreso- y requiere vincular las exploraciones del consumo con cuestiones políticamente cargadas que desafían la imaginación" (Maniates, 2001: p.50).
Diferentes objetivos de desarrollo, implican diferentes situaciones tanto a nivel ambiental como social. Como ejemplo pueden verse dos planteos antagónicos que fueron discutidos en los 70s cuando los problemas ambientales empezaron a visualizarse. Por un lado, el libro “Limites al crecimiento” planteaba que el desarrollo consistía en que todas las personas a nivel mundial tuviesen los niveles de consumo de América del Norte (Meadows et al, 1972). Al proyectar un escenario donde se cumplía este objetivo el resultado mostraba que no alcanzaban los recursos naturales de la Tierra para lograrlo. Sin embargo, en la misma época, la Fundación Bariloche planteó un modelo donde el objetivo del desarrollo era que todas las personas del mundo satisficiesen sus necesidades básicas (Herrera et al, 1977). En este modelo el resultado era que los recursos naturales alcanzaban. Poder resolver el problema de sostenibilidad actual no solo requiere comprensión de la dinámica ambiental y su interacción con la actividad humana, si no también repensar los objetivos del desarrollo en sí mismos. En la misma época se generan los debates que dan lugar a las disciplinas de la economía ambiental y ecológica, la primera identificando los problemas ambientales como externalidades a la lógica de crecimiento económico imperante y la segunda recuperando el entendimiento de la economía como parte de la naturaleza (Naredo, 2001).
La preocupación por el desarrollo sostenible ha estado en debate en el mundo desde mediados del siglo XX (Pierri, 2005; Naciones Unidas, 1987; Mignaqui, 2014), que es cuando los impactos ambientales a nivel global se aceleraron de forma llamativa. En 1987, el informe Brundtland planteó la necesidad y sentó las bases para la definición que se adoptó del desarrollo sostenible, entendido como “el desarrollo que cubre las necesidades del presente sin perjudicar la capacidad de satisfacción de necesidades de las futuras generaciones” (Naciones Unidas 1987: p.15). Este desarrollo sustentable se propone como el camino para solucionar simultáneamente los problemas sociales, ambientales y económicos.Sin embargo, recién en el año 2015 entran en agenda internacional con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (Naciones Unidas, 2015), siendo estos los sucesores de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible son 17 que promueven realizar mejoras a nivel mundial en las tres dimensiones del desarrollo: social, ambiental y económica. Cada uno de estos 17 objetivos cuenta con metas para las que cada país deberá proponer los indicadores con los que se comprometerá gestionar para alcanzar en 2030 las metas y objetivos deseados. Todos los países de Naciones Unidas ratificaron su adhesión a estos objetivos y están trabajando en los indicadores propios que propondrán para seguir su desempeño. Si bien este es un paso importante para empezar a debatir sobre el problema, la esperanza de que impliquen cambios reales es bastante pobre dado que al no haber indicadores ni metas definidas más bien metas propuestas que pueden o no ser adoptadas por las distintas naciones, la efectividad de dichos objetivos para frenar los efectos negativos que la humanidad está teniendo sobre el ecosistema terrestre y sobre las desigualdades sociales es dudosa. Mientras tanto los gobiernos de los distintos países siguen enfocándose en aumentar sus niveles de producción y/o consumo y medir sus gestiones de gobierno en términos monetarios principalmente.
En este contexto estamos ante el desafío y la oportunidad de repensar cuáles son los objetivos del desarrollo, reenfocando la dirección de la perspectiva puramente economicista, donde la ciencia económica se consolidó haciendo abstracción de la realidad física y social en la que transcurría la vida de las personas (Naredo, 2001) y replanteando tales objetivos desde una mirada transversal multidisciplinaria y enfocada (¿por qué no?) en objetivos sociales y humanos. En tal caso, cuáles serían esos objetivos, cómo medimos el bienestar social (a nivel sociedad) y humano (a nivel individual), cómo puede trabajarse de manera transdisciplinar para encontrar soluciones que permitan aumentar las condiciones de vida materiales (producción y consumo), pero garantizando distribución de los beneficios y de las mejoras en bienestar para todas las personas dentro de los límites naturales impuestos por el ecosistema terrestre. Muchas preguntas surgen y es necesario plantearlas. Estamos ante la necesidad de repensar el paradigma de funcionamiento socio-económico como lo conocemos debido a que el planeta Tierra no nos está acompañando en esta dinámica pero también porque las desigualdades sociales son cada vez más abruptas e injustas. Cuál es el camino para resolver esta crisis no es tan claro, además implica romper esquemas de funcionamiento y de poder acumulado que ofrecerán resistencia al cambio. Seguir bajo el esquema actual solo generará más acumulación en pocas personas, más desigualdades sociales, más daños al ambiente… ¿qué estamos esperando para generar el debate, romper los esquemas y replantear nuevos paradigmas socialmente más justos y ambientalmente más sustentables? ¿Repensar el desarrollo para qué y para quiénes?
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