¿Gestionar la desesperación? Acerca de la construcción discursiva de un acampe por vivienda digna
To manage despair? About housing shortage and media discourses
Estefanía Gómez BalsellsEntre marzo y mayo de 2019, un grupo de aproximadamente 70 familias sin vivienda denunció la emergencia habitacional acampando durante más de un mes en la plaza principal de la ciudad de Junín, provincia de Buenos Aires. Se trató de un acampe -y su posterior desalojo-, en un espacio público, en el centro administrativo de una ciudad de poco menos de 100 mil habitantes.
El evento fue lo suficientemente singular como para que se volviera digno de ser analizado. En primer lugar es significativa la extensión en el tiempo del evento. Pero, además, es llamativo el reclamo que derivó en esta medida de protesta: la lucha por una vivienda digna. Si bien en Junín se han generado acampes y/o ocupaciones de terrenos en otros momentos, siempre se desarrollaron in situ. Es la primera vez en la que el centro de la ciudad es el lugar donde se visibiliza la emergencia habitacional. Finalmente y sobre todo, este acampe es importante porque es un caso en el que se evidencia la problemática habitacional en ciudades de rango intermedio, alejadas de los centros urbanos más poblados del país.
En este artículo se exponen algunos resultados de una investigación que tuvo como producto final mi tesis de Maestría en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes, en la que se analiza la construcción mediática que se realizó de este evento en la prensa gráfica local. Se buscó describir cómo se configuró el acampe, qué se dice sobre quienes habitan la ciudad, quiénes lo dicen y cómo se dice, en función de observar qué representaciones y significados compartidos se evocan o se ponen en disputa.
Se trabajó desde un enfoque interdisciplinario. Por un lado, desde los Estudios Críticos del Discurso, porque se partió de entender a lo discursivo como dimensión de análisis importante de los fenómenos sociales. Asimismo, se tuvo en cuenta lo que los ECD establecieron en torno a la prensa como un espacio fundamental de la formación ideológica. Por otra parte, fueron importantes los aportes de la sociología urbana para comprender las distintas formas que adopta la lucha por la vivienda digna en nuestro país.
Junín es una ciudad que se ubica al noroeste de la provincia de Buenos Aires. Es el centro de salud, educativo, turístico, administrativo y comercial más importante de la región porque se encuentra en la intersección de tres rutas importantes: las Nacionales 7 y 188 y la Provincial 65. En esta ciudad, cabecera del partido de Junín, viven alrededor de 90 mil personas.
El 27 de marzo de 2019 un grupo de familias comenzó un acampe en la plaza principal de la ciudad, la “25 de mayo”. La plaza está rodeada por la Municipalidad, el Concejo Deliberante, el Banco Provincia, el Banco Nación, la Escuela Primaria N° 1 y la Iglesia San Ignacio de Loyola. El acampe se produjo como una forma de evidenciar un reclamo de vivienda digna que empezó unos días antes, el 24 de marzo. Ese domingo más de 50 personas ingresaron a un terreno baldío ubicado en la intersección de las calles Marrul y Lugones, en el cuadrante noroeste de la ciudad, con el objetivo de comenzar a construir viviendas. Las familias fueron desalojadas, pero volvieron dos días después a esos mismos lotes a continuar con su reclamo.
El ingreso a los terrenos de Marrul y Lugones del 26 de marzo culminó con un desalojo y cuatro personas detenidas. Al día siguiente, muchas familias que resultaron perjudicadas se movilizaron a la Secretaría de Desarrollo Social y, como no fueron recibidas, se dirigieron a la Municipalidad. Allí, les informaron que debían volver a Desarrollo Social. Las familias decidieron quedarse a reclamar en la plaza principal y, a la noche, junto al Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), realizaron una olla popular. Así comenzó el acampe.
Las familias se turnaron para dormir en la plaza (durante la noche se quedaban mayormente los hombres) hasta la madrugada del 3 de mayo, cuando fueron desalojados por la policía, amparada por una orden judicial. Durante la ocupación, los acampantes se reunieron con representantes del poder legislativo (concejales del oficialismo y la oposición) que se acercaron a la plaza, realizaron marchas en el centro comercial de la ciudad (calles Roque Sáenz Peña y Rivadavia), y conversaron con periodistas de diferentes medios de comunicación.
Es evidente que grandes sectores de la sociedad no tienen acceso a una vivienda digna en nuestro país (Di Virgilio, 2019), y esto se debe a una pluralidad de razones. Por eso, es la categoría “problemática habitacional” 1 la que mejor incluye todas estas situaciones diversas de vulneración del derecho a la vivienda2. Tan trascendental es lo habitacional en la vida de los sujetos que la imposibilidad de acceder a una vivienda digna repercute en innumerables ámbitos de su cotidianeidad. Esto lo explica con claridad Oscar Oszlak, en su clásico Merecer la ciudad:
Por lo tanto el derecho al espacio urbano debe entenderse, lato sensu, como un derecho al goce de las oportunidades sociales y económicas asociadas a la localización de la vivienda o actividad. Perder o sufrir la restricción de ese derecho puede suponer, además del eventual desarraigo físico, el deterioro de las condiciones de la vida material en cada uno de los planos en que existían externalidades vinculadas con la localización espacial. (Oszlak, 1991, p. 24).
Son muchas las investigaciones que demuestran que la estructura actual de la oferta de viviendas en las grandes ciudades excluye a amplios sectores de la población y contribuye a fortalecer el llamado “hábitat informal”. Dentro de esta categoría se incluyen las villas de emergencia, las casas tomadas, los hoteles, los asentamientos precarios, los conventillos y los predios ociosos. Los distintos procesos que derivan en estas formas de habitar la ciudad pueden agruparse en tres tipos: procesos de periurbanizacion, de gentrificación y de relegación / segregación 3. Aún así, el déficit de vivienda no es una problemática exclusiva de las grandes ciudades, aunque sea allí donde se perciba con mayor claridad. En ciudades del interior del país también emergen múltiples problemáticas que son consecuencia de un acceso desigual a la vivienda digna. Analizar qué acontece con estos fenómenos implica pensar la problemática habitacional desde una mirada más federal e inclusiva.
La disputa por cómo se ocupan los espacios, cómo se habita la ciudad y cómo se configuran identidades en estos procesos es, además, una pregunta por los sentidos y la significación que le otorgamos a las formas de habitar (Hernández, 2012). Así, por ejemplo,
Cuando se dice que “los vecinos” son un objeto de discurso, se afirma que la emergencia de ciertos sectores como “vecinos” (y no como otra cosa) no puede desvincularse de la producción social de significaciones. La propia definición de una identidad “vecinal” se vuelve objeto de disputas, lo que evidencia que la naturaleza contemporánea de “los vecinos” es fruto de articulaciones discursivas concretas y no de definiciones de diccionario. (Hernández, 2012, p. 6)
Se trata de analizar la cuestión del poder y de la ideología. Es decir, de explicar cómo ciertas prácticas discursivas son naturalizadas y se transforman en “sentido común” (Fairclough, 1992). En definitiva, es necesario establecer qué representaciones se visibilizan, en detrimento de otros enunciados que son prohibidos o neutralizados.
1 Siguiendo a Rivas, “Esto lo afirmamos ya que podríamos haber señalado –a modo de ejemplo–, “el problema de la vivienda” o el “déficit habitacional” o el “acceso a la tierra” o “la propiedad privada” o “la toma de tierras” o “los inquilinos” y la lista puede continuar. Y de ninguna manera estamos asimilando distintas situaciones a una sola: cada una de ellas tiene su historia, sus ciclos, sus presentes, sus especificidades, sus momentos en los que se convirtieron en problemas, los tiempos en que el Estado las incorporó como política, etc. Lo que pretendemos señalar, a modo de hipótesis, es que esta problemática no resulta de aproximación unidireccional para comprenderla y que (siguiendo a Richard Rorty: “el mundo no habla. Solo nosotros lo hacemos”) existen disputas e intereses que se pueden comprender ya a partir de sus modos de nominación” (2011, p. 48).
2 En este sentido, es interesante destacar un dato que aportó en una nota en la Revista Anfibia Mercedes Di Virgilio (2021): solo en provincia de Buenos Aires se producen aproximadamente 140 tomas de tierras por mes.
3 Según Demoy y Ferme, “alude al desplazamiento de las clases medias y altas hacia residencias vigiladas ubicadas en la periferia de la ciudad, estableciendo una forma de residir que implica fluidez, gran movilidad del centro a la periferia y una demanda de seguridad. La gentrificación es un movimiento doble que califica y descalifica los espacios; consiste en el reciclado de edificios antiguos y de centros históricos convertidos en residencias para las clases altas, como es el caso de Puerto Madero. Por último, la relegación se basa en la segregación de los sectores populares en las zonas de viviendas sociales y asentamientos precarios” (2009, p. 4).
En esta investigación se analizaron tres medios gráficos: dos diarios y un semanario. Se trata de la cobertura total del conflicto, un total de 25 notas, que se realizó en Democracia, La Verdad y Semanario 4. Se optó por trabajar con tres publicaciones porque, de esta manera, es posible realizar comparaciones en torno a la construcción del evento, así como (re)construir la red intertextual de la escena discursiva.
Fueron tres las preguntas que guiaron la investigación: a) ¿cómo se construyó el evento?, b) ¿cómo se construyeron y representaron distintas identidades en torno al acampe?, y c) ¿cómo se habilitaron diferentes voces al momento de hablar de lo que acontece? Siguiendo los ECD, las categorías de análisis fueron las de tópicos, voces y estrategias de referencia y predicación.
Los tópicos son macroestructuras semánticas que definen cómo se aborda una noticia, se configura un tema y se jerarquiza el contenido presentado, porque “quién controla los tópicos y quién los cambia es crucial en todo discurso” (van Dijk, 2016, p. 209). En segundo lugar, las estrategias de referencia y predicación tienen por objetivo la construcción de grupos internos y externos a través de ciertos recursos, como son la categorización de la pertenencia, el uso de metáforas y metonimias, y las sinécdoques.
El análisis de estas estrategias permite identificar el “etiquetado” de los actores sociales, de forma más o menos positiva o negativa (Wodak y Meyer, 2003, p. 113). Finalmente, desde la Teoría de la Valoración, se incorporó la noción de voces que refiere a los enunciados que se atribuyen a distintas fuentes a lo largo de un texto: “la atribución sirve como mecanismo para la multi-vocalización del texto, para construir el texto como dialógico, en términos de Bakhtin, como emanando de múltiples fuentes y reflejando múltiples puntos de vista” (White, 2000, p. 26).
4 La Verdad y Democracia son dos diarios históricos de la ciudad de Junín, son las únicas empresas informativas que mantienen la impresión de sus ediciones en papel y, además, forman parte de grupos de medios. Estos diarios son la edición gráfica de dos grupos mediáticos. Grupo La Verdad tiene además del diario dos radios, una AM (LT20 Radio Junín) y una FM (Nova). LT20 es la AM más escuchada. Ambas radios son de las pocas radios juninenses que no operan como “repetidoras” de radios de Capital Federal o de Rosario. Democracia tiene, asimismo, un canal de televisión, TeleJunín. Este canal, aunque no es el canal histórico de la ciudad –lugar que ocupa Canal 10–, es el único que emite solo contenido local. Junto con estos diarios, existe toda una serie de portales de noticias locales digitales, que no necesariamente cuentan con una edición en papel. Entre todos estos portales se analiza únicamente Semanario, en primer lugar, por su capacidad para establecer agenda. Es posible afirmar, en este sentido, que en el período de tiempo analizado el acampe fue un tema tanto para Democracia y La Verdad como para Semanario. Por último, Semanario es una publicación que también se imprime en formato papel, aunque con menor periodicidad (porque se trata, justamente, de un semanario). Por esta razón, es diferente el contrato de lectura que establece con sus lectores. El lector de Semanario no recurre a esta revista para seguir la cronología de un hecho en particular sino que espera encontrar allí un análisis más profundo del evento y, sobre todo, un posicionamiento político-ideológico.
Reconstruir una red discursiva permite comprender qué lecturas son habilitadas por estos textos y cuáles no, porque los mecanismos discursivos son los que “limitan las posibles interpretaciones” (Raiter, 1999, p. 151). Se trata de configurar, en términos de Foucault (2002), la formación discursiva, de dar cuenta de las regularidades en la dispersión. Por ello, a continuación se exponen las tensiones y disputas que emergen en torno a la construcción del acampe en la prensa gráfica local.
Una primera cuestión a analizar implicó pensar cómo fue caracterizado el evento en cada uno de los medios gráficos. En Democracia, el acampe fue presentado como un conflicto que es el resultado de dos causas bien disímiles: es consecuencia de una usurpación 5 o es producto del déficit habitacional. En un primer momento, la problemática se presentaba como la consecuencia de un intento de usurpación “ilegal”. Sin embargo, con el correr de los días, se genera un desplazamiento hacia una concepción en la que se identifica que aquello que está pasando en la plaza es la consecuencia del déficit habitacional. Esta construcción se mantiene hasta que se produce el desalojo de los vecinos que se encontraban en la plaza durmiendo, en la madrugada del 3 de mayo. En este momento, lo que aconteció (el acampe, pero también el desalojo) vuelve a ser consecuencia del accionar “ilegal” de un grupo de manifestantes que adoptaron métodos que no son los esperados. El acampe y la problemática de la vivienda en Democracia está fuertemente asociada a la “administración eficaz” y a la “correcta gestión”. De lo que se trata, para este diario, es que el gobierno administre el conflicto y que los acampantes respondan a este tipo de gestión, que esperen una solución que ya les llegará.
La Verdad, por su parte, denomina a lo que sucedió en la plaza específicamente como un acampe. En un primer momento, el acampe es considerado como el accionar de un grupo de vecinos que se manifiesta en contra del déficit habitacional. Sin embargo, poco a poco, comienza a ser configurado como consecuencia de un intento de usurpación. En este sentido, lo que comenzó siendo una manifestación “esperable” pasa a ser construida como un accionar “ilegal” y, por lo tanto, un delito. Para La Verdad, la dimensión temporal es clave al momento de analizar cómo fue concebido el acampe: la “ilegalidad” de lo que sucedió parece aumentar conforme avanzan los días.
Por estas razones, tanto para Democracia como paraLa Verdad, el desalojo fue la consecuencia “lógica” de un accionar “ilegal”. Implicó una restauración de la “normalidad”. En Democracia, se trató de un acontecimiento que llevó adelante alguien que no se identifica porque se utiliza el sujeto tácito: desalojaron. En este diario, el desalojo es construido como un procedimiento en el que fueron aprehendidos manifestantes. En La Verdad también se utiliza desde el título una estrategia de pasivización: no hay sujeto agente, es la plaza la que fue desalojada. En el cuerpo de la nota se identifica un responsable de este accionar, pero es una entidad impersonal: la Justicia. El desalojo no es más que la consecuencia de un accionar previo “ilegal” que la Justicia se encarga de enmendar.
En Semanario, en cambio, la construcción del desalojo es completamente diferente, porque también es distinta la manera en la que se construyó al acampe. Semanario es la única publicación en la que el desalojo es considerado una represión. De hecho, es construido como un accionar “ilegal” llevado adelante por el municipio y la policía que golpeó, pateó y desalojó a los pobres.
Una segunda cuestión para analizar, fuertemente asociada a la anterior, es la representación de los acampantes. En Democracia, los acampantes serán nombrados en función de cómo se esté constituyendo al acampe en ese momento en particular. Así, en un primer momento, los acampantes son denominados como manifestantes, aprehendidos o vecinos que reclaman. A medida que el conflicto se extiende en el tiempo y, con él, los días de acampe en la plaza, los acampantes comienzan a ser configurados como familias y vecinos. Sin embargo, en la cobertura del desalojo, los acampantes vuelven a ser construidos como manifestantes o aprehendidos.
Es importante también identificar a quiénes se les atribuye una responsabilidad por lo que está sucediendo. En Democracia, en primer lugar, las únicas responsables de la manifestación que se está llevando adelante en la plaza son las personas que se movilizaron, que no entienden que ese no es el método, que no son “racionales”. Son responsables en la medida en la que no esperan, como hacen el resto de las familias o personas con expedientes de solicitud de un terreno ya armados, que se encuentran en una situación similar. Cuando el acampe comienza a dilatarse en el tiempo, los acampantes dejan de ser responsabilizados por lo que está sucediendo en la plaza. Sin embargo, no se configura un “victimario” claro al que identificar como responsable de lo que sucede. El acampe simplemente acontece: el déficit habitacional es un problema que se extiende en toda la región.
En La Verdad, los acampantes son construidos, en un inicio, como vecinos. A medida que el conflicto continúa, los acampantes van perdiendo esa “identidad vecinal” y, con ella, la capacidad de reclamar o demandar por vivienda digna. Es decir, comienzan a utilizarse estrategias de predicación: los acampantes pasan a ser vecinos que reclaman o vecinos que acampan. Ya sobre el final del conflicto, en el desalojo, los acampantes serán considerados como manifestantes que han intentado usurpar. Si en el comienzo podía pensarse a los acampantes como “víctimas” de una situación que los excede, sobre el final pasan a ser considerados responsables de lo que sucede. Aumenta, conforme pasa el tiempo, el carácter de “ilegalidad” que se asocia a la figura de los acampantes.
Los acampantes, en La Verdad, se configuran principalmente como familias. Se trata de mujeres que son madres, que tienen chicos que van a la escuela y maridos que trabajan. En este caso, es la construcción de los acampantes como miembros de una familia lo que otorga “moralidad” y los constituye como “verdaderos merecedores” de una política habitacional. Esta construcción de los acampantes como familias, al igual que sucede con la construcción de los acampantes como vecinos, pierde fuerza a medida que el conflicto se extiende en el tiempo. En el desalojo, las familias desaparecen y solo nos encontramos con manifestantes.
En esta publicación, no hay responsables del acampe en un comienzo. Sí es posible identificar a los vecinos que se encuentran en la plaza como los únicos agentes de la acción. Pero, desde ya, no son construidos como victimarios. En un comienzo, sí se configura como victimarios a la policía, que es una amenaza para quienes se encuentran allí y temen ser visitados (sic). Esta amenaza, que es tan explícita en el inicio del conflicto y es novedosa con respecto a Democracia, pierde validez con el tiempo. De hecho, no se menciona a la policía en el desalojo (del que, por supuesto, fue parte).
En Semanario, por su parte, los acampantes son construidos como familias, vecinos, trabajadores, pobres, nadies. Son, además, “víctimas” de lo que está sucediendo en la plaza, del mismo modo en el que ya son víctimas de muchas otras situaciones de injusticia. Se esencializa esta condición: ser víctima no es una condición circunstancial, sino constitutiva de quienes se encuentran en la plaza. Es por ello que la figura de los acampantes como víctimas, en Semanario, es equiparada con la de muchas otras víctimas diversas que viven situaciones de desigualdad. Se los compara con los exiliados por la guerra o con las víctimas de violencia de género. Esta construcción se enmarca en el topos humanitario que organiza toda la cobertura de esta publicación. Sin embargo, esta condición de víctima de los acampantes no los transforma en pasivos, ni los convierte en personas que simplemente esperan: en Semanariolos acampantes toman la iniciativa, se aventuran y esta actitud es construida como un valor positivo.
En Semanario, a diferencia de los otros dos diarios, es posible identificar victimarios en el inicio del conflicto que se mantienen a lo largo de toda la cobertura. El victimario principal es el intendentede la ciudad, debido a su ineptitud y su insensibilidad, junto con la de sus funcionarios. Estos políticos son construidos como “vagos”, “traidores”, “corruptos” y “violentos” y es a causa de esta caracterización que se los considera “ineficientes” en su gestión. Pero además hay otros victimarios. En primer lugar, la policía, como sucedía en La Verdad. También el cura y sus fieles, representantes de la Iglesia católica, que se desentienden de lo que sucede en la plaza, y los medios de comunicación que estigmatizan a los acampantes. En definitiva, aunque es posible identificar una construcción espejada entre víctimas y victimarios, cada figura presenta características específicas. Mientras que no es posible graduar la figura de la víctima (todas las víctimas son “igualmente víctimas”), en los victimarios es posible establecer grados. El municipio, encarnado en el intendente y sus funcionarios, es el victimario principal; la policía, la Iglesia, los medios de comunicación son victimarios de segundo grado, secuaces.
5 En cursiva se presentan los significantes tal y como aparecen en el corpus de análisis.
Irene Fonte asegura que el discurso periodístico se construye en dos planos. Uno que se corresponde con quien se enuncia escribiendo y otro donde se enuncian individuos dentro de esa escritura. Es decir, en un nivel primario, el periódico se relaciona con su lector y crea el espacio del coloquio. Es este nivel el que hasta aquí fue sistematizado. A continuación se presenta un segundo nivel, el secundario, en el que el periódico presenta una escena enunciativa anterior y, a partir de ella, “una propuesta de evaluación, muchas veces implícita, de los personajes cuyos hechos verbales y no verbales narra, evaluación que aspira a ser compartida por su interlocutor” (1999, p. 143). Es decir, se expondrá cómo se incluyeron diferentes voces y qué lugar de legitimación (o no) se les otorgó a cada una de ellas en la construcción del evento.
Democracia es el diario que mayor diversidad de voces incluyó. Se identifican allí testimonios de acampantes, de voceros, de funcionarios municipales, del intendente y de concejales del oficialismo y la oposición. Las voces que ocupan mayor espacio en la cobertura del conflicto son, sin embargo, las de los acampantes y la del municipio.
Es posible identificar el reconocimiento de un estigma (Goffman, 1995) cuando se incluye la voz de los acampantes. Es importante reconocer cómo se autodenominan, así como también establecer a quiénes identifican como responsables de la situación. Para los acampantes, el principal responsable es el gobierno local, pero también terceros ausentes: aquellos que recibieron planes, aquellos a los que les dieron tierras y no pagaron, aquellos que usurparon, y los ricos y municipales que sí logran acceder a planes de vivienda. Frente a estos otros ausentes, lo que intentan los acampantes es distanciarse: no son como quienes usurparon con anterioridad, ellos trabajan, no son vagos. Los acampantes en Democracia configuran un “merecer” en torno al trabajo. El trabajo otorga una dimensión “moral” que justifica este merecimiento. Los acampantes buscan constituirse como “establecidos” al dejar de ser “marginados” (Elías, 1998).
Sin embargo, que la voz de los acampantes sea referenciada en el diario no implica que se la constituya como una voz habilitada o que se legitime aquello que se está enunciando. La voz de los acampantes, en Democracia, es una voz que aparece mitigada o que en la mayoría de los casos se habilita solo en la medida en que sustenta la voz del municipio. Así, cuando los funcionarios afirman que los acampantes tienen donde vivir, pero que no quieren hacerlo por complejidades internas, Democraciaincluye declaraciones de los acampantes donde ellos sostienen que vivían con familiares o amigos o pagaban el alquiler, pero dejaron de hacerlo.
En cambio, para Democracia la declaración de los funcionarios del municipio es una voz legitimada para referirse al acampe. En la gran mayoría de los casos, la voz del gobierno se “solapa” con la del diario. Lo que se afirma desde el municipio y sus funcionarios no se relativiza: se presenta como un hecho. No sucede lo mismo con las declaraciones de los acampantes, en las que constantemente se aclara que aquello que se está enunciando es lo que quienes están en la plaza “dicen”.
En La Verdad, la única voz que aparece referenciada en toda la cobertura del conflicto es la de los acampantes. Cobra mucha importancia aquí la construcción de voceros o portavoces. La voz de los acampantes en la gran mayoría de los casos aparece a través de esta figura, que habla por ellos. Las declaraciones de quienes acampan ya sufren de una primera mediación: hay “alguien” que habla en su nombre.
En el caso de Semanario la inclusión de voces es bien escasa. En comparación con los otros diarios, y en relación con la extensión de cada una de las notas analizadas, la voz de los acampantes emerge muy poco. Esto se debe al pacto de lectura que construye este medio. Los acampantes solo “hablan” en boca de Andrea, una acampante evangelista que se presenta como portavoz del grupo. Es la única voz que se habilita en toda la cobertura de esta publicación: no se incluyen declaraciones de ningún otro actor. Es posible afirmar que existe un solapamiento entre la voz del diario y la de los acampantes, porque en ningún momento se contradice lo que Andrea dice. Muy por el contrario, los dichos de Andrea sostienen la argumentación de toda la cobertura de Semanario.
Es posible sostener que las identidades y subjetividades se configuran en el orden del decir. Es en el espacio de lo público donde los actores se enuncian, construyen representación y se reconocen en colectivos de identificación.
En este apartado se trata de pensar entonces en términos de desbordes, pensar (en) los límites de la configuración discursiva del acampe. Siguiendo a Sergio Caletti, es posible afirmar que el actor es comitente de la escena y se agota en ella. El sujeto, en cambio, trasciende la escena, reposa en sus límites, se afinca en la trama que es condición de posibilidad de la escena entera.
El término de 'actor', por lo tanto, constituye implícitamente el reconocimiento de una alteridad, y en ese sentido será para nosotros de una utilización pertinente en el terreno de lo político. (...) El actor lo es en relación a una escena, y por ella. El sujeto lo es en relación a una subjetividad social que necesariamente lo excede, y por su intermedio (2011, p. 53).
Caletti identifica dos subjetividades políticas que aparecen en escena en el marco del neoliberalismo, a partir de fines del siglo pasado. Una de ellas es la subjetividad gerencial; la otra, la subjetividad desesperada.
La “subjetividad gerencial” es caracterizada como “gobernada por el cálculo racional, la anticipación estratégica, la consideración pragmática, la carrera y la vanidad personales” (Caletti, 2011, p. 91). Esta modalización de la subjetividad política se ha generalizado tanto que
es hoy compartida por la población como el horizonte que la política es capaz de organizar, forma parte de una sensibilidad social y se cifra en significantes que circulan ampliamente: “capacidad de gestión”, “experiencia ejecutiva” (2011, p. 93).
Es posible sostener que esta subjetividad política subyace como matriz de sentido en las notas de Democracia. La administración eficaz de expedientes es presentada como un valor positivo de la gestión municipal. Lo que la ciudadanía espera de ella es, justamente, que administren con eficiencia esos expedientes para facilitar el acceso a la vivienda de esas familias. Por su parte, la gestión municipal demanda que aquellos que todavía no gestionaron sus expedientes lo hagan a la brevedad. Es la única manera, desde esta perspectiva, de solucionar el conflicto en la plaza. La política, entonces, se ve reducida a la “gestión eficaz” de expedientes. Se trata de una “administrativización” del conflicto, que se considera como la manera “racional” de resolver esta disputa. Aquellos que se nieguen a establecer un diálogo en estos términos, es decir, aquellos que adopten el método de toma de la plaza, serán ignorados. Con ellosdesaparece todo diálogo posible.
La subjetividad gerencial se relaciona con la constitución de un “sujeto neoliberal”. La coyuntura actual se caracteriza por “una homogeneización del hombre en torno a la figura de la empresa” (Laval y Dardot, 2010, p. 331). Se configura, así, una nueva subjetividad emprendedora o empresarial. En esta subjetividad “empresarial”
cada uno debe aprender a convertirse en un sujeto “activo” y “autónomo” en y mediante la acción que debe llevar a cabo sobre sí mismo. Así aprenderá él solo a desplegar “estrategias de vida” para incrementar su capital humano y valorizarlo de la mejor manera posible (Laval y Dardot, 2010, p. 342).
Se profundiza, entonces, la responsabilidad individual respecto al mundo del trabajo, porque la valoración de uno mismo en el mercado se convierte en un principio absoluto. Los sujetos se convierten, desde esta perspectiva, en “empresarios de sí”. La administración del conflicto en términos de gestión eficaz no hace más que individualizar la lucha, porque se dialoga solo con personas o familias individuales con expedientes ya armados, no con los acampantes organizados.
Podría suponerse, en una primera lectura, que no es esta la manera de evaluar la gestión municipal desde la óptica de Semanario, que se posiciona como un medio con un perfil político-ideológico diametralmente opuesto al de Democracia o La Verdad. Sin embargo, no es así. La subjetividad política gerencial es tan amplia y “está hoy tan extendida que hasta participan de sus formas muchos de los que parecen declararse sus enemigos” (Caletti, 2011, p. 92). En esta misma línea, la eficiencia y la eficacia serán en Semanario también los valores supremos que se espera que el municipio encarne. El liderazgo, basado en la apatía, se sustentó en la creencia en la “eficiencia” del líder (Murillo, 2008, p. 101). Porque para ser líder hay que ser eficaz. La crítica que Semanario realiza de los “poderosos”, en general, y de la municipalidad y el intendente, en particular, puede ser pensada en estos términos. Para Semanario, son la “traición”, la “corrupción”, la “vagancia” y las discapacidades políticas y personales las que impiden al gobierno local gestionar eficazmente el conflicto, dar respuestas y soluciones. En definitiva, también en Semanario se espera una “gestión eficiente”. Pero esta eficacia se evalúa a partir de lo que los funcionarios hacen (o dejan de hacer) y, sobre todo, a partir de sus cualidades personales.
La subjetividad gerencial prácticamente niega la política misma. Se sitúa en los bordes de la política. Y algo similar ocurre con la llamada “subjetividad desesperada”, propia de actitudes desesperanzadas. Numerosas acciones del presente pueden identificarse como parte de esta interpelación subjetiva, “desde los atentados terroristas hasta los reclamos de seguridad en las grandes concentraciones urbanas que hace la clase media” (Caletti, 2011, p. 94). Se trata de una subjetividad que se constituye en la escena de lo público en la interpelación a aquellos que reconocen que “ya no tienen nada que perder”. Es posible identificar cómo es una matriz de sentido que sustenta muchos de los enunciados referidos al acampe en la plaza, sobre todo cuando quienes “hablan” son los acampantes. Principalmente, es la manera en la que se configura a los acampantes en el diario La Verdad y en Semanario.
En La Verdad, las familias que se encuentran acampando están en la plaza durmiendo a la intemperie. Son mujeres que se hacen cargo de los chicos que van a la escuela y son maridos que trabajan. Estas familias, además, no hacen nada que les dé lugar a que les vengan a pegar. Sin embargo, frente a toda la adversidad, aseguran que van a seguir estando, que no se mueven de ahí. En Semanario, es fundamental la construcción de los nadies, como aquellos que piden una plegaria para cambiar de mundo. Los nadies se arriesgan por desesperación.
Es en la interrelación que se produce entre estas dos matrices de sentido, entre estas dos subjetividades que interpelan a los actores que intervienen en este conflicto, que es necesario pensar los discursos en torno al “merecer”. No merece “cualquiera”. Es necesario hacer “méritos para merecer” la vivienda digna. En el caso de Democracia prevalece la dimensión laboral. Merecen porque no son vagos, todos trabajan. En el caso de La Verdad, son dos las construcciones que sustenta el merecimiento: en tanto que vecinos o en tanto que familias. El ser familia es una garantía de moralidad que justifica el merecer. En Semanario, en cambio, no emerge una garantía moral que justifique el merecer. Los acampantes no merecen una vivienda digna solo porque son trabajadores o familias, es decir personas “morales”. La merecen porque se aventuran, porque se animan a ir por un lote.
En cierta medida, este “empoderamiento”, el valorar el arriesgarse, el aventurarse y configurar, a partir de allí, un “merecer la vivienda” no hace más que reproducir, en definitiva, una dimensión de la precarización.
Isabell Lorey, en el libro Estado de inseguridad, afirma que existen tres dimensiones de lo precario. A la primera la llama la “condición precaria”, que remite a la vulnerabilidad de los cuerpos. Por lo tanto, es constitutiva de lo humano. La segunda es la “precariedad”, que designa efectos políticos, sociales y jurídicos. Comprende las relaciones de dominación, a través de las cuales se asigna o se niega la pertenencia a un grupo. Por ello, supone relaciones de desigualdad pero no implica modos de subjetivación o de agencia. La última dimensión es la de la “precarización como gubernamentalidad”. Esta
no solo significa incertidumbre en el trabajo remunerado, sino precisamente incertidumbre en el modo de vida y por ende en los cuerpos y en los modos de subjetivación. Entender la precarización en tanto gouvernementale permite problematizar las complejas interacciones de un instrumento de gobierno con las relaciones económicas de explotación, así como con los modos de subjetivación en sus ambivalencias entre sumisión y empoderamiento (Lorey, 2016, p. 28-29).
Y esto también es propio de la subjetividad neoliberal. Esta interpelación “empresarial” a los sujetos excede el mundo profesional: se transforma en “una ética personal en tiempos de incertidumbre” (Laval y Dardot, 2010, p. 341). En todo sentido se nos invita al “empoderamiento”, todo se convierte en empresa en algún sentido: el trabajo, pero también el consumo o el ocio. La empresa, el emprender se transforma, así, no solo en un modelo general a imitar, sino también en cierta actitud que se valora. (Laval y Dardot, 2010, p. 336). Y esta actitud empresarial, que supone el ser arriesgado, el ser emprendedor, debe ser válida para todo el mundo.
En este sentido, se puede pensar que en la configuración que emerge en Semanario de los acampantes, ellos adoptan (en cierta medida) una “actitud empresarial” porque no se quedan esperando respuestas de una gestión que no es eficaz, sino que emprenden y buscan su propia solución.
Pero entonces, ¿es posible pensar que la vivienda digna es considerada un derecho universal, un derecho para todos? En relación con el acampe, siempre fue posible identificar la emergencia de elementos que justifican ese merecer la vivienda (esperar, ser trabajadores, ser vecinos, ser familias, aventurarse). Cada uno de los sujetos, al momento de reclamar y salir a disputar por este derecho debió, de alguna manera, configurar ese merecer. ¿Existe la posibilidad de que se discuta esta problemática sobre y a partir de otra matriz de sentido? ¿Es posible encontrar emergentes nuevos que “rompan”, de alguna manera, con estas cristalizaciones? ¿Es posible luchar por la vivienda digna a partir de la construcción de esta demanda como un derecho humano?
Desde el enfoque la Lingüística Sistémico-Funcional, se puede considerar al lenguaje como un sistema de opciones. Desde esta perspectiva, la propia estructura social está definida por una potencial serie de posibilidades. Lo que sucede entre la estructura social y los eventos concretos es muy complejo y, para ser analizado, es necesario pensar las prácticas sociales, entendidas como aquellas que median entre estas dos instancias.
A su vez, el lenguaje tiene una importancia fundamental, porque es parte de lo social en todos sus niveles (en la estructura social, en las prácticas sociales, en los eventos). Ahora bien, cuando Fairclough afirma que el lenguaje es un sistema de opciones no hay que pensarlo como meras variaciones lingüísticas, sino que es necesario entenderlo en términos del orden del discurso, como la red de prácticas sociales en su dimensión del lenguaje.
Los elementos del orden del discurso no son solo palabras u oraciones (elementos de estructuras lingüísticas), sino discursos, géneros y estilos (...) Esos elementos seleccionan ciertas posibilidades definidas por el lenguaje y excluye otras (Fairclough, 2003, p. 24).
Porque, agrega Fairclough,
A medida que nos movemos de estructuras abstractas hacia eventos concretos, se vuelve más difícil separar el lenguaje de otros elementos sociales. En la terminología de Althusser, el lenguaje se ve “sobredeterminado” por otros elementos sociales. (Fairclough, 2003, p. 24).
Es decir, en la narración de un hecho siempre la manera en la que se cuenta es una, entre muchas posibles. La comparación entre Semanario, Democracia y La Verdad demuestra, con claridad, que no existe una única manera “objetiva” o “neutral” de narrar un evento, sino que se trata siempre de opciones sobredeterminadas del lenguaje.
En las tres publicaciones aquí estudiadas, se caracteriza al acampe en la plaza de manera diversa: como conflicto producto de una usurpación, como déficit habitacional o, sencillamente, como acampe. En Democracia y La Verdad, es la dimensión temporal la que determina que la caracterización del evento mute conforme avanza la cobertura, algo que no sucede en el relato que construye Semanario, que sostiene una única construcción. Asimismo, es posible afirmar que son las categorías de legalidad/ilegalidad las que organizan la manera de presentar el evento.
Estas categorías se encuentran en profunda relación con la manera en la que se nomina y se caracteriza a los actores participantes del acampe. En Democracia y La Verdad no es posible afirmar que se identifiquen víctimas y victimarios claros a lo largo de toda la cobertura. Sí es posible decir que, por momentos, y siempre vinculados a las dimensiones de legalidad/ilegalidad, se producen estrategias de construcción de “merecedores”. Este “merecimiento” se encuentra sobredeterminado por una serie de variables: cómo se configura en ese momento en particular y en ese diario al evento, qué se dice del gobierno local, a quién se le asigna la responsabilidad por lo acontecido, cuánto tiempo transcurrió de comenzado el acampe, cómo se caracteriza al desalojo. En Semanario esto no sucede así. Para este medio las víctimas siempre son las mismas, los nadies que acampan en la plaza. Es posible afirmar que esta diferencia sustancial en la forma en la que Semanario construye lo que sucedió en la plaza entre marzo y mayo de 2019 y cómo lo configuran Democracia y La Verdad responde, principalmente, al contrato de lectura y el perfil político-ideológico que se evidencia en cada uno de los medios analizados.
En definitiva, el análisis permite exponer, una vez más, como los medios de comunicación no se limitan a reproducir aquello que sucede, porque son productores de ese acontecimiento, en la medida en que ponen a disposición configuraciones simbólicas en la esfera pública. Así, ciertas representaciones circulan y se visibilizan, siempre en detrimento de otras que son neutralizadas. El análisis de las prácticas discursivas que posibilitan que algunos enunciados circulen de manera naturalizada, mientras otros son excluidos, implica pensar cómo funcionan esos mecanismos de asignación de sentido, que habilitan que ciertas creencias (y no otras) se transformen en sentido común. Por eso, es importante reconocer cómo el periodismo, desde un espacio privilegiado en la sociedad, contribuye de esta manera en la reproducción de relaciones de desigualdad.
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